“Luna nueva” y “La bestia”, dos cuentos breves de la escritora Lilián Hirigoyen
Lilián Hirigoyen
Contenido de la edición 12.08.2024
Presentamos a continuación dos cuentos breves, inéditos, de la escritora Lilián Hirigoyen, integran del staff permanente de CONTRATAPA
LUNA NUEVA
Se despertó de golpe, sobresaltada. Un ruido seco como si algo - no podía precisar qué- se hubiera roto. Quedó en vilo. Trató de aguantar la respiración y aguzar el oído. ¡Otra vez! El ruido seco y cercano venía de afuera. Se incorporó apenas sin saber a ciencia cierta qué actitud tomar. Por un segundo, pensó en cubrirse. Tomar con ambas manos la frazada, como cuando era pequeña, y taparse toda, hasta la cabeza para que los ruidos y miedos siguieran de largo sobrevolando su protección imaginaria. Ahora, vivía sola. No tenía escudos y los años le habían oxidado el metal con que exorcizaba mentalmente a los fantasmas. Respirando hondo, tomó coraje y encendió una vela. Temblando, se acercó a la ventana. No había luna. A través de la vieja persiana de tablas roídas, se adivinaba una oscuridad absorbente y monótona.
Temió acercarse demasiado. El halo de luz podía delatarla. En puntas de pie, asió el machete para encaminarse a la puerta. Podía intuir que había algo que no entendía. Podía olerlo. Cada uno de sus sentidos se lo advertía.
El ruido seco sonó otra vez como el quejido de algún animal que agonizaba. Se detuvo y el corazón le dio un brinco. Se aferró al arma para reafirmar la valentía que no poseía.
Entonces, decidió encarar lo desconocido.
Sin pensarlo casi, retiró el toldo que cubría el agujero que hacía las veces de puerta. La noche, como si fuera una hembra en celo, sopló la vela. Acentuó todavía más la ausencia absoluta de estrellas. Ella quedó ahí, desencajada, helada desde los huesos hacia fuera. Tomando coraje y aferrada al machete -su vida-, gritó amenazante como si estuviera en la batalla y la sangre enemiga la hubiera salpicado.
No hubo respuesta. Solo una sombra aún más oscura que la noche pareció rozarla y cruzar la puerta hacia el interior.
LA BESTIA
Blanca suele sentarse en la vereda.
Cada tardecita, luego de la siesta obligatoria, se levanta descalza de la cama, cierra la puerta del baño y deja correr el agua de la ducha sobre su cuerpo adolescente. Purificada, cada tardecita se viste con su falda y su blusa de lino blanco.
Entonces, acicalada para el crepúsculo, se sienta en la vereda con el cabello mojado sobre los hombros y la cándida palidez de sus rodillas apenas insinuada bajo la pollera.
A veces sonríe, no muchas. Solo cuando una situación precisa lo requiere. Sus dientes, perlas nacaradas artísticamente engarzadas, iluminan su rostro pecoso y aniñado.
Invariablemente, el perro adoptado por el vecindario corre a su encuentro. Cada tarde, lame con devoción las piernas flacas de la jovencita y olfatea el aire como si el perfume de lo prohibido fuera parte del ritual. Cada tarde, Blanca lo mira indiferente y lo deja sentarse a sus pies mientras le acaricia la piel hirsuta.
El perro del vecindario, domesticado por esas manitos acostumbradas a los quehaceres de la cocina, rara vez muestra los dientes. Solo cuando un rival con forma humana se acerca más de la cuenta a su territorio, las dagas curvas de su boca amenazan.
Blanca nunca lo detiene, lo deja enfurecer, ladrar desesperadamente hasta que el asustado invasor se aleja sin mucha ceremonia.
Blanca de pelo mojado y rodillas luminosas, mujer y niña de la vereda, se deja venerar en las tardes por el perro del vecindario. Con sus rodillas pálidas lo encandila y con su perfume de ducha adolescente le inunda el olfato. Le muestra la piel con las caricias.
Dicen que el perro del vecindario aúlla por las noches
Dicen las malas lenguas que llora por ella.
LILIÁN HIRIGOYEN
Escritora, jurado en el área Letras del Premio Morosoli,
expresidenta de la Casa de los Escritores del Uruguay