Al ritmo nocturno de la tierra: Léopold Sédar Senghor
Lilián Hirigoyen
Léopold Sédar Senghor nació en Joal- la Portugaise, un pueblo de la costa a ciento treinta kilómetros de Dakar, capital de la República del Senegal, el 9 de octubre de 1906
Contenido de la edición 10.12.2020
(Imagen: britannica.com)
Léopold Sédar Senghor nació en Joal- la Portugaise, un pueblo de la costa a ciento treinta kilómetros de Dakar, capital de la República del Senegal, el 9 de octubre de 1906 y murió en Verson, Francia, el 20 de diciembre de 2001. Fue un poeta que llegó a la jefatura del Estado de Senegal. Además de político fue catedrático de gramática, ensayista y miembro de la Academia Francesa.
Senghor nació en el seno de una familia próspera de agricultores. Específicamente, pertenecía a la tribu serer, el tercer mayor grupo étnico de Senegal. Al crecer dentro de este pueblo se nutrió de un mundo poblado de espíritus mágicos, fuerzas invisibles y mitos que después integrarían su universo poético. En 1928 fue a Francia para iniciar sus estudios. En la Universidad de París comenzó su vinculación con un grupo de estudiantes de las Antillas y el África. Allí frecuentó a Georges Pompidou y al martiniqués Aimé Césaire, con el que compartiría ideales y conceptos.
Obtuvo en 1933 el diploma de Agrégé de l'Université, el grado académico más alto en el sistema educativo francés y fue el primer estudiante africano en conseguirlo.
En 1934 creó junto a Aimé Césaire y al guayanés Léon Gontran Damas, la revista L'Etudiant noir. En esas páginas expresó por primera vez su concepto de la negritud y generó de ese modo un movimiento cultural, político e ideológico que buscaba el reconocimiento de la identidad del hombre negro frente a las políticas metropolitanas de asimilación cultural, propias del sistema colonial al que estos autores se encontraban subordinados. Según Senghor, la negritud es el conjunto de valores culturales de África negra. Este movimiento tuvo su apogeo alrededor de los años 60 del siglo pasado pero luego surgieron críticas por considerarlo demasiado simplificador. El propio Aimé Cesaire terminó apartándose del término por considerarlo una noción de división si no se lo situaba en su contexto histórico de los años 30 y 40, ya que se trató de un concepto que se elaboró en un momento en el que las élites intelectuales indígenas de raza negra, tanto antillanas como africanas, se encontraban estudiando en la metrópoli.
(Foto: Wikimedia)
Volviendo a nuestro poeta, al estallar la segunda guerra mundial se enroló en el ejército francés y estuvo en prisión. Finalizada la guerra y ya libre, inició su vida política.
Fundó el Bloc Démocratique Sénégalais, que ganó en las elecciones de 1951.
De 1946 a 1959 ocupó una de las dos diputaciones por Senegal en la asamblea francesa. Fundó la revista Présence Africaine. Entre 1955 y 56 fue secretario de Estado. En 1958 creó el Partido del Reagrupamiento Africano. Fue uno de los impulsores de la Federación de Malí y llegó a la presidencia de la Asamblea Federal. Tras el desmembramiento de la Federación de Malí y la independencia de Senegal en agosto de 1960, se convirtió en el primer presidente de la República de Senegal.
En 1978 recibió un doctorado honoris causa por la Universidad de Salamanca y a lo largo de su vida lo recibió de treinta y seis universidades más.
Apoyó la creación de la Francofonía y fue vicepresidente del Alto Consejo de la Francofonía.
Dejó la presidencia de su país el 31 de diciembre de 1980, cargo que ocupó durante 20 años.
Fue elegido para la Academia francesa el 2 de junio de 1983.
Pasó los últimos años junto a su segunda esposa, en Verson, Normandía, donde finalmente falleció en el año 2001
Senghor publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Cantos de sombra (1945), Hostias negras (1948), Etiópicas (1956), Nocturnos (1961) y Cartas de invierno (1972). Fue autor también de ensayos y libros de política y además de una Antología de la nueva poesía negra y malgache en lengua francesa, que lleva al frente un prólogo de Jean-Paul Sartre titulado "Orfeo Negro".
Tuvo gran cantidad de galardones y reconocimientos tanto en su faceta de poeta como en la de político.
En su obra están presentes el orgullo de la tradición cultural y el de su color, ambos sustentados por una rica imaginación poética. Con un fuerte anclaje en el simbolismo y las formas clásicas, su poesía se encuentra plena de musicalidad, característica reflejada en las cadencias que le imprimen a sus versos un potente ritmo, y cuyo origen se debe, seguramente, a la oralidad de la tradición literaria africana de la que Senghor es heredero.
En sus versos, siempre plenos de un lenguaje colorido, intercala muchas veces vocablos de las lenguas africanas habladas en su país natal.
A causa de la traducción se pierde una de las principales fortalezas de su obra, la musicalidad, pero de igual modo y afortunadamente, nos deja ver en toda su dimensión la pasión y el orgullo que el poeta siente por sus ancestros y que vuelca sin miramientos en cada poema.
Oración de las máscaras
¡Máscaras! ¡Oh, Máscaras!
Máscara negra, máscara roja, ustedes máscaras blanco y
negro
Máscara de los cuatro puntos de donde sopla el Espíritu
¡Os saludo desde el silencio!
Y no eres tú el último, Ancestro con cabeza de León.
Máscaras que cuidan este sitio donde está prescrita toda
risa de mujer, toda sonrisa que se marchita,
Destilan este aire de eternidad donde respiro el aire
de mis padres
Máscaras de rostros sin máscara, despojadas de todo
hoyuelo
y de toda arruga
Que han dibujado este retrato, este rostro mío inclinado
sobre el altar de papel blanco
Según su imagen, ¡escúchenme!
El África de los imperios muere- es la agonía de una
princesa andrajosa
Y también de Europa a la que estamos ligados por el ombligo
Fijen sus ojos inmutables sobre sus hijos que exigen
Que dan su vida como el pobre su último vestido.
Respondamos presentes al renacimiento del Mundo
Como la levadura que es necesaria para la harina blanca.
¿Quiénes aprenderán el ritmo del mundo difunto de
máquinas y cañones?
¿Quién lanzará el grito de alegría para despertar a muertos
y huérfanos en la aurora?
Digan, ¿quién devolverá la memoria de vida al hombre
con esperanzas desentrañadas?
Nos lo dicen los hombres del algodón, del café, del aceite.
Nos lo dicen los hombres de la muerte.
Nosotros somos los hombres de la danza, cuyos pies
recobran su vigor golpeando la dureza del suelo.
El tótem
Me hace falta ocultar en lo más íntimo de mis venas
Al Ancestro de la piel de tormenta surcado de relámpago y
de rayos
Mi animal guardián, tengo que ocultarlo
Para que no rompa la cerca de los escándalos.
Él es mi sangre fiel que exige fidelidad
Protegiendo mi desnudo orgullo contra
mí mismo y la soberbia de las razas dichosas...
El retrato
He aquí que la primavera de Europa
que corteja,
Me ofrece el olor virgen de las tierras
La sonrisa de las fachadas al sol
Y la dulzura gris de los techos
En la dulce Touraine.
No se sabe aún
De la obstinación de mi rencor aguzado por el invierno
Ni de la exigencia de mi negritud imperiosa...
Que me baste la sonrisa
Que bosquejan tus labios ansiosos,
Que se pierde en el sueño marino de tus ojos
¡Y la salvaje colina de tu cabellera estremeciéndose
Bajo el viento!
Mediterráneo
Y yo repito tu nombre: ¡Dyallo!
Tu mano y mi mano se demoran; y nuestros pensamientos
se buscan en la media noche de nuestras lenguas
hermanas.
Fue en el Mediterráneo, ombligo de razas claras, azul
como jamás océano han visto mis ojos
Que sonreían con millones de labios luminosos
Mientras que diez navíos de caña inflexible, como bocas
delgadas, bombardeaban Almería y estallando
Salpicaban con sangre de cerebros los muros negros, como
granadas, de las cabezas ardientes de los niños.
Hablamos de África.
Un viento tibio nos trajo su perfume más ardiente de
mujer negra
O de viento que sopla de un campo de mijo cuando chocan
las cargadas espigas y vuela por encima un polvo
dorado y pardo.
Hablamos de Fouta.
Noble era tu rostro y de sombra tus ojos y dulces tus
palabras de hombre.
Noble debía ser tu raza y bien nacida la mujer de Timbo
que te mecía en la tarde al ritmo nocturno de la tierra.
Y hablamos del país negro
En las jarcias de la noche, tan cerca uno del otro que
nuestros hombros se esposaban, fraternales el uno al
otro.
El África vivía allí, más allá del ojo profundo del día,
bajo su rostro negro estrellado
En las cajas agitadas, saturadas del rumor inquieto del
ciclón, que amenaza
Y se escapaban palpitaciones de tam-tam, con aleteos de
carcajadas y gritos de cobre en doscientas lenguas,
De bocanadas de vida densa que el viento dispersaba en el
aire latino
Hasta el puente de las primeras donde la joven mujer,
liberada de las subprefecturas y de sus calles estrechas,
Liberada de las últimas medidas del tango y de los brazos
de su danzante
Soñaba, al borde del misterio, bosque de olores viriles y
espacios que ignoraban las flores...
Una gran estrella se elevó, la última, alumbrando tu lisa
frente cuando nos separamos.
Y yo repito tu nombre: ¡Dyallo!
Y tú repites mi nombre. ¡Senghor!
LILIÁN HIRIGOYEN
Escritora, jurado en el área Letras del Premio Morosoli,
expresidenta de la Casa de los Escritores del Uruguay.