Althusser (y Lacan)

Tomás Abraham

Louis Althusser era la palabra, la ley, la contraseña, el salvoconducto, y lo fue sin sombras hasta el año 1968. Pocos años de regencia, pero de una monarquía absoluta. 

Contenido de la edición 14.02.2022

 

Releerlo hoy es una aventura extraña, como lo son las relecturas de antiguos reyes destronados que al volver de su exilio vuelven a ser agasajados con algo de compasión. Han perdido el poder de dar miedo. Porque los filósofos pueden ser de temer, son autoridades que deciden quienes hablan y quienes no están en condiciones de hacerlo, si lo que se dice es legítimo o no lo es. La palabra con la que se identificaba a Louis Althusser era "rigor"; quien quería ingresar al parnaso debía pensar con rigor. Louis el riguroso era un monarca cuyo palacio estaba en la rue d 'Ulm. Allí vivía, en L'École Normale Supérieure, allí cometió su crimen, y allí fui a escucharlo dar su conferencia del curso sobre la filosofía para científicos. La otra vez que lo vi fue en su conferencia sobre Lenin y la filosofía.

Entre su escritura clara, precisa, cortante, en la que la conceptualización y la sentencia se rozaban, y su presencia, no había distingos. La voz calcaba su escritura. A la usanza académica francesa, leía un texto. Antes de hacerlo y sin mirar a nadie dejaba un portafolio desvencijado sobre el escritorio con un pucho de cigarro de hoja apagado a un costado de la boca, de los más finos, no un habano, y con su frente convexa alta y despejada, su pelo lacio echado atrás, manos firmes sobre la mesa, inclinado hacia adelante, comenzaba: los idealistas son una mierda, los materialistas los reventaremos. Lo decía con otras palabras, pero los oyentes y admiradores, sabíamos a qué atenernos.

El contacto entre Althusser y Lacan era frecuente. Al filósofo le interesaba el pensamiento del psicoanalista. Cuando expulsan a Lacan del círculo de Sainte Anne y queda sin institución en la que hacer su trabajo, Louis, que era secretario de L' École, se la ofrece para sus seminarios. Es allí en donde Lacan estará rodeado de jóvenes filósofos gracias a quienes su presencia se agigantará en el universo cultural francés.

Un día, tarde a la noche, Lacan se presenta en la portería de l'École, y pide con urgencia hablar con Althusser. Estamos a mediados de 1965. Un año después, llego yo a París, sin saber por cuanto tiempo me quedaría, en principio era por tres meses, y una vez terminado un curso en la Sorbonne sobre cultura y civilización francesa, la perspectiva de volver a casa de mis padres, un retorno que ellos temían por los problemas que les causaba por mi seguridad, militaba en el Malena (Movimiento de Liberación Nacional), la única nacionalidad que tenía era la rumana (país en el que nací), podían expulsarme, ni hablar de repatriarme a la Rumania de Ceaucescu , y me esperaban tarde a la noche inquietos por acción de la policía con los estudiantes en los primeros meses de la dictadura de General Onganía.

En esos pocos meses parisinos debía decidir en dónde continuaría mis estudios. Unas personas que conocí me recomendaron ver a un argentino radicado en Francia, profesor de sociología en la Sorbonne. Fue así que conocí a Rafael Pividal, el escritor, nacido en Hurlingham (Provincia de Buenos Aires), de madre francesa, que una vez terminado el bachillerato en el colegio francés, se reúne con su familia en París.

Ya conté mi amistad con Rafael en mi novela ¨La dificultad¨. Yo tenía diecinueve años y Rafael treinta y tres, era un hombre grandote con un aire ceñudo, de una particular belleza en la que resaltaban rasgos indígenas, quizá por la rama paterna (la del escritor Ricardo Güiraldes). Rafael, no sé por qué, además de decirme que la sociedad francesa era una porquería y que Foucault era un frívolo con auto deportivo descapotable, me contaba que estaba muy deprimido por la muerte de un amigo que se había suicidado.

Me pregunto ahora a qué se debía que me expresara su pesar un año después del hecho de un modo en que parecía enterarse de lo sucedido esa misma tarde. Hablaba de la muerte de Lucien Sebag, un amigo de su misma edad, que con él y el antropólogo Pierre Clastres, formaban un trío en el que compartían cultura y política.

Los tres desahuciados - ambulantes entre el trotskismo y el anarquismo - por los acontecimientos que desplazaron a la izquierda de la política francesa y ungieron a de Gaulle como líder indiscutible de la Quinta República, eligieron otras orientaciones que las de un porvenir filosófico. Clastres y Sebag se dedicaron al estudio de las sociedades primitivas como investigadores en el equipo formado por Claude Levi Strauss en el CNRS, centro de investigaciones científicas del Estado nacional francés, pero en desacuerdo con la metodología estructuralista del maestro, buscaron otros rumbos viajando a nuestro continente a estudiar la cultura de los pueblos originarios en Brasil y Paraguay. Rafael escribía novelas y enseñaba sociología.     

Me dice Rafael que Lucien, paciente de Lacan, se había enamorado de su hija, Judith. Y se había matado. Un año antes, la misma noche del suicidio, Lacan, su analista, se entera y recorre la casa de varios de sus conocidos para intentar explicar lo inexplicable.

Althusser lo recibe. Lacan le cuenta que al enterarse del amorío de Lucien con su hija le anuncia el fin del análisis, no podía seguir atendiéndolo. Le dice a Althusser que le aseguró que podían seguir viéndose un tiempo más y que por cualquier urgencia lo llamara porque él "con su Mercedes" llegaría de inmediato. 

Althusser le pregunta si no podía prever el desenlace fatal con una internación, a lo que Lacan le responde que se lo impiden ¨las reglas de la práctica analítica¨. Esta respuesta perturba a Althusser. Sabe que Lacan analiza a individuos casados y también analiza a sus esposas, lo que también contradice esas rígidas reglas, no cree ni lo conforman lo que parecen ser excusas de Lacan.

En sus ¨Lettres à Franca¨, en una carta del 20 de enero de 1965, Althusser le escribe a su amiga y amante italiana, que se entera por azar que un joven filósofo que estudiaba con Claude Levi Strauss se había suicidado. Había viajado por América del Sur y después de un año y medio vuelve a París. Sebag había escrito y publicado ¨Marxismo y estructuralismo¨, un libro que leí en su momento y que aún tengo en mi biblioteca. Sebag le lleva el libro a Althusser y quiere conversar con él sobre temas que le resultaban problemáticos.  Louis le tenía simpatía, lo veía como a un personaje desalineado, arrastrando una ropa que le colgaba, una persona muy alegre, a la vez que vulnerable, quizá poco apto para un mundo en el que hay que medirse con otros, ser productivo, estar a la altura de la verdad de las cosas sin retroceder y con impiedad, un ser curioso cuyos amigos dicen haberlo visto esa misma tarde sin que sospecharan en lo más mínimo que fuera a cometer ese acto final. Dicen que se pegó un tiro a la noche, y que al no morir se pegó otro a las tres de la mañana.

Hay dos tipos de vínculos que me atraen en la vida de Althusser: uno con sus discípulos, y el otro con las mujeres. Es más interesante el que tiene con los jóvenes, hay más en juego, de mayor trascendencia, se puede percibir el modo en que un filósofo se convierte en un imán con una palabra que funciona como una verdad. Nos evoca a Foucault cuando dice que la verdad se dice, lo que llama ¨veracidad¨.

Entre paréntesis, creo que Pierre Bourdieu tenía un buen plan al estudiar el modo en que en el mundo cultural se distribuyen los prestigios, el tema del poder en la cultura. Witold Gombrowicz lo hizo de un modo sarcástico, lo definió como las poses del ¨cuerpo docente¨. Más allá del análisis sociológico, hay otra faceta que tiene que ver con la escena. Nietzsche habla de la ¨majestuosidad¨ con la que se manifestaban los filósofos presocráticos. No vuelvo a la virilidad de Althusser con su cabeza de león y su habanito apagado a un costado de la boca, sino a un modo de ejercer autoridad que no solo se basa en el saber, sino en su modo de expresión.

Durante unos años, el universo cultural francés tuvo a estos protagonistas que impusieron su propia majestuosidad. La palabra oracular de Lacan, el poder que se ejerce al no hacerse entender, al ser indescifrable, la jerarquía de quien dice una verdad en la forma de un enigma. Y lo hace de acuerdo al paradigma de aquellos días, en nombre de una ciencia revolucionaria y de la verdad del inconsciente.

Althusser, con otro estilo, sin una prosa alambicada con alusiones sin explicitar, sin la pedagogía lacaniana que hace omisión de la capacidad de comprensión de sus oyentes; las verdades, en su caso, se enunciaban a los martillazos en nombre de una ciencia de la historia del que era un lector augusto.   

Leer a Freud. Leer a Marx. Hay universos culturales en las que intelectuales o académicos cumplen la función de patriarcas, de profetas y de grandes exégetas.

Por otra parte, el mundo de las mujeres adquiere relieve por el hecho de que Althusser mató a su mujer, y por el hecho de que sus amigos y editores publicaron póstumamente mil quinientas páginas de cartas a dos de ellas. Se dice que Althusser tuvo tres amores: Helène, su esposa, Franca y Claire. El libro de cartas a Helène tiene setecientas páginas, y las cartas a Franca ochocientas páginas. Superan con creces los escritos filosóficos publicados por Althusser en vida.

La muerte de Helène fue una tragedia. La responsabilidad del filósofo fue y es una cuestión sin resolver. No fue detenido y enviado a prisión. Después de una internación en un psiquiátrico, se lo condenó a un confinamiento domiciliario que duró años, hasta su muerte. Durante este tiempo escribió su autobiografía, quizá el más extraordinario de sus textos: L'avenir dure longtemps.

Algunos que lo protegieron y lograron que se le diera un diagnóstico de locura, sienten que abusaron de la autoridad cultural, tanto de la de Althusser como la de sus amigos. Saben que en un caso similar sin tanto prestigio en juego la sentencia hubiera sido más severa.  

La relación con Helène era simbiótica. Ella era una militante comunista combativa, durante la resistencia contra los nazis estuvo en la guerrilla mientras Althusser estaba detenido en un campo de prisioneros. Helène tuvo que padecer una acusación de sus mismos camaradas que le recriminaron apresuramientos que produjeron en sus propias filas pérdidas inútiles.

Althusser estaba enfermo. Los diagnósticos variaban entre una hipomanía, manía depresiva, esquizofrenia. Debía ser internado con frecuencia y recibía tratamientos con electroshocks. Se analizó con un antiguo discípulo de Lacan, un psiquiatra renombrado en el campo de la psicología y la terapia infantil, René Diaktine, a quien veía a veces semanalmente en sesiones tradicionales de cuarenta y cinco minutos. Diaktine había dejado de seguir a Lacan, decía que "no escuchaba".

Bernard Henry Levy, quien hace el prólogo a las cartas a Helène, y que fue alumno de Althusser, dice: viví toda mi juventud con la ilusión de ser un soldado de la gran y magnífica armada de la que Althusser era el general. Lo que no sabía era que el general recibía las órdenes de su psiquiatra.

En una carta de febrero de 1965, Althusser le cuenta a Franca que recibió la visita de dos jóvenes exalumnos suyos que poco tiempo más tarde dejarán su huella no solo en la cultura francesa, Régis Debray y Robert Linhart.

De Linhart leí un libro sobre Lenin y el taylorismo, y de Debray, sus libros sobre la revolución y sus ensayos sobre mediología. Althusser le dice a Franca que el primero viene de hacer un trabajo sociológico de campo en Argelia, y Debray de "saltar de una guerrilla a otra" en América Latina.

Althusser dice sorprenderse de que sus conceptos hayan tenido una difusión que envidiaría a los publicitarios de la Coca Cola. El mercado mundial parecía estar hablando de "práctica teórica". Los dos jóvenes le advierten que esa fama es perjudicial para los militantes revolucionarios que tienen la excusa de retirarse de la militancia revolucionaria ya que deben darle prioridad al estudio de los textos, ensimismados en los muros de la "teoría", y mirar con condescendencia a quienes están en el llano sin comprender los aforismos enunciados por quienes "saben". Dicen que los textos de Althusser siembran confusión y consternación en los que arriesgan todo por la revolución, porque si bien es cierto que no tienen claridad teórica, no por eso ahorran entusiasmo en la acción política. Se enteran de improviso de que hay todo un conocimiento desconocido por ellos que parece fundamental apropiárselo antes de emprender nuevas tareas políticas de base.

Le piden a Althusser que les garantice que su trabajo teórico no paralizará la necesidad de la acción revolucionaria. Les responde que pueden estar tranquilos, que entiende que a la edad de ellos lo emotivo cuenta, ya se calmarán, pero que a largo plazo no es suficiente. Subraya que su trabajo en nada es especulativo, que las frases supuestamente abstractas no carecen de efectos políticos y que deberían pensar que la meta de la acción revolucionaria no culmina en la toma del poder. Es necesario pensar más allá de eso, y que el ejemplo de la URSS era una prueba de ello. A falta de principios científicos, pataleaban en el charco.

Althusser recuerda que hacía no más de dos años, en un viaje a Italia, se le ocurrió imaginar unas palabras, no más que unas pocas palabras -  sobredeterminación, práctica teorica, estructura a dominante, lo complejo estructurado, determinación en última instancia -  palabras que le parecían que tenían que ver con realidades efectivas que jamás pensó que tendrían consecuencias tan profundas. Más aun sabiendo que no tiene poder alguno, ni siquiera el de los profesores que toman examen, descubre por lo que le dicen estos jóvenes ávidos de revolución que esas palabras pueden no solo acarear consecuencias negativas sino además pervertir a los jóvenes. 

Althusser, un Sócrates resurrecto. Filósofos que pervierten a los jóvenes. El griego decía que la ignorancia causaba desdicha, el francés alertaba que el desconocimiento de la teoría tenía consecuencias políticas desviacionistas. El griego elaboraba una preceptiva por la que podían disiparse las trampas de las apariencias y de la doxa. El francés aseguraba que el materialismo histórico y el materialismo dialéctico a pesar de no eliminar el poder de las ideologías, permitía un conocimiento efectivo de la realidad para así transformarla. Uno presentó la República de los sabios, el otro el Comunismo de los teóricos, los dos una vía regia para salir de la caverna.

De la que nunca se sale.

 

TOMÁS ABRAHAM

Filósofo - Argentina

Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires/Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tibiscus, Timisoara (Rumania)

Sus más recientes publicaciones: El deseo de revolución (Tusquets, 2017); La máscara Foucault (Paidós, 2019); Aburrimiento y entusiasmo (Ed, Digital, Indie, 2021); La matanza negada -autobiografía de mis padres (Ed El Ateneo, 2021). 

 

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2022-02-14T11:59:00