Borges, Bioy y el Chino Recoba o el balón antes del virus
Pablo Silva Olazábal
La historia es bastante conocida: en 1937 el tío de Adolfo Bioy Casares le encargó la redacción de un folleto publicitario, "aparentemente científico" sobre la leche cuajada "La Martona".
Contenido de la edición 18.02.2021
El pago era tentador, por lo que el escritor argentino invitó a su amigo Borges para escribirlo entre los dos. En sus diarios, Bioy anota que "aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje, después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivalía a años de trabajo".
En el comedor de la vieja estancia donde se concentraron escribieron, además del folleto, ejercicios literarios donde el humor y la experimentación se daban de la mano. Fue allí donde, según Bioy, nació el germen de Honorio Bustos Domecq, el autor que crearon para reírse de los esnobismos de la literatura. Se trataba de un experimento complejo, crear tramas ingeniosas y sólidas escritas con un estilo plomizo, lleno de clichés, amaneramientos generalmente afrancesados y lugares comunes que estaban de moda. De este modo querían reírse de sus contemporáneos.
Bustos Domecq -los apellidos corresponden a los bisabuelos de Borges y Bioy- es un esnob de la escritura, una suerte de chanta literario que siempre está tratando de exhibir una superioridad que no tiene. Se le podría aplicar el viejo chiste de que el mejor negocio del mundo sería comprarlo por lo que vale y venderlo por lo que él cree que vale.
En 1942 publica su primer libro, "Seis problemas para Isidro Parodi", protagonizado por un detective preso (por corrupción policial) que resuelve casos complejos sin moverse de su celda. Más allá del ingenio de las tramas -que hasta Umberto Eco analizó- destaca algo que Bustos desarrollaría en sus siguientes trabajos: una prosa barroca, tilinga y llena de lugares comunes. Bustos Domecq no escribe mal; escribe innecesariamente de más. En vez de decir "fui" escribe "me di traslado". Sin embargo el libro fue leído "en serio" y tuvo éxito. Esto no desalentó a sus autores, quienes luego de asumir la responsabilidad del seudónimo siguieron creando cuentos graciosísimos en el estilo hiperbólico de don Honorio.
El futuro del fútbol según Bustos Domecq
Bioy anota en su diario que "Crónicas de Bustos Domecq" (1967) "fue el mejor libro que escribimos juntos". En este volumen figura un cuento breve, centrado en el fútbol, que utiliza un recurso habitual en los relatos distópicos: contar desde el presente lo que ha ocurrido hace tiempo.
El argumento es sencillo: recorriendo la ciudad, Bustos nota que falta el estadio Monumental de Núñez. Para investigar esa desaparición se entrevista con el presidente de un club, el Abasto Juniors, que le cuenta una verdad sorprendente: hace años que ya no se celebran partidos. Todo lo que oímos y vemos es ficción, un relato creado por los locutores radiales o, en el caso de la pantalla, interpretado por actores que siguen una cuidada coreografía.
"La falsa excitación de los locutores" agrega el presidente "¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña?".
Fiel al estilo ampuloso de Bustos, el cuento tiene el título en latín, se llama "Esse est percipi", (ver a continuación de esta nota) una cita del filósofo idealista Berkeley que significa "Ser es ser percibido". La frase resume la concepción del obispo irlandés según la cual las cosas solo existen como objetos percibidos. O lo que es igual, son fenómenos de conciencia.
Más allá del latinajo y de su estilo cargado y cargoso, Bustos Domecq no se equivocó en el título: todo el cuento gira en torno a la percepción generada por los medios de comunicación -ahora habría que agregar las redes sociales- que, como se ha dicho una y otra vez, no reproducen la realidad sino que la producen.
El Chino Recoba y el show
Hace unos años, en una entrevista que le realizaron Mario Bardanca y José Álvarez de Ron para el programa Derechos exclusivos de radio Uruguay, el ex jugador Álvaro "Chino" Recoba contó su increíble debut en la liga italiana, en el Inter de Milán. En 1997, en los últimos diez minutos de un partido que perdían frente al Brescia por la mínima diferencia, Recoba entró y anotó dos goles que dieron vuelta el resultado. Al oírlo lo que más llamaba la atención era que se lamentaba de no haber aprovechado al máximo ese momento. Repitió varias veces que era "muy gurí" y que por eso "no había hecho show". ¿Qué ocurrió? Hizo el primer gol y llevó la pelota al medio para que el juego se reanudara rápidamente. Luego hizo el segundo y tampoco hizo nada espectacular frente a las cámaras de televisión. Dicho de otro modo: no tenía desarrolladas estrategias para demorar, o mejor dicho estilizar ese instante único, el gol épico, que se repetirá miles de veces en toda clase de las pantallas.
Por su nacimiento, Recoba no integra la generación de los millennials (nacidos después del '80); ellos sí naturalizaron, porque crecieron en un entorno digital, los recursos de la espectacularización que pautan el deporte: danzas celebratorias, tatuajes, cortes de pelo llamativos y un largo etcétera que sigue desarrollándose hasta el presente. Por eso mismo pudo reflexionar sobre su comportamiento y decir que, de haber tenido más experiencia, jamás habría actuado así en un momento legendario de su carrera. No es necesario enumerar todo lo que los jugadores han desarrollado desde entonces instintivamente para enriquecer el espectáculo.
Al fin y al cabo el show -siguiendo el mismo término que empleó Recoba- es tan importante como hacer un gol. ¿O no?
En el lejano 1967 la pluma preclara de Honorio Bustos Domecq dejó sentada su discrepancia: el show era, y es, más importante que el gol.
El virus y el balón
Esta espectacularización, que es la misma que se ha desarrollado en la vida pública en todos los órdenes, ha sido analizada hasta el cansancio y ya casi no la percibimos, sobre todo porque ha venido incrementándose a grandes pasos. Sin embargo, la pandemia del covid-19 la ha llevado a extremos impensados poco tiempo atrás: estamos cada vez más cerca de hacer realidad -si es que podemos seguir usando esa palabra, realidad- lo previsto en el cuento de Bustos Domecq. Porque la pandemia no solo ha colapsado el planeta, sino que ha acelerado procesos que ya estaban en marcha. El año pasado nos enteramos que ante la prohibición del ingreso de público en los estadios, el fútbol iba a incorporar en sus transmisiones efectos de sonido extraídos del juego de Play Station FIFA 20.
La noticia no sorprendió demasiado a nadie. No faltó incluso la cita obligada al filósofo francés Jean Baudrillard, quien postuló que las experiencias simuladas iban a reemplazar a la vida real en la sociedad postindustrial. El mundo tiende a Disneylandia.
En 1973 el novelista británico J.G. Ballard anunció que la realidad estaba cada vez más llena de ficción. Este fenómeno, decía, se debía principalmente a la publicidad y era visible como preparación, como puesta en escena aplicada a todas las actividades públicas realizadas en la sociedad. El marketing, decía, siembra núcleos de ficción en la realidad que comienzan a jugar entre sí aumentando su poder persuasivo. "Vivimos en una gran novela", concluyó, luego de sostener que la tarea del escritor ya no era crear la ficción sino "inventar la realidad". En otras entrevistas lo matizó diciendo que debía intentar descubrir qué es lo que está ocurriendo en la realidad, por debajo de la red de ficciones que tiene su lejano origen en el marketing.
En 1967 Bustos Domecq se adelantó a todos: en su distopía, tanto los jugadores como el público son virtuales. Estadios como la Bombonera o el Monumental permanecen cerrados, abandonados y llenos de yuyos. Son "demoliciones que se caen a pedazos" mientras una falsa multitud vitorea los goles, protesta contra las faltas groseras y murmura cuando la pelota se acerca al área.
Vale la pena citar la perplejidad del propio Bustos ante el presidente del club Abasto Juniors:
"-¿Entonces en el mundo no pasa nada?
-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone."
Lo que queda por ver
Se sabe que los jugadores reales juegan, en sus ratos de descanso, al Play Station FIFA. A veces incluso lo hacen jugando con su propio avatar. Hay que imaginar a Suárez, Messi o Neymar (póngase el nombre que se prefiera) sentados en cómodos sillones frente a una pantalla, moviendo los pies de sus personajes virtuales. ¿Es posible pensar que un día alguien los haga jugar así? Tal vez ya ocurrió y no me enteré. Pero si así fuera, no es descabellado prever que en un futuro cercano serán prescindibles. Pero no por maldad de la FIFA sino porque la propia gente -el mercado- lo exija.
La fuerza irresistible de esta estilización, "el show" en palabras de Recoba, radica en la búsqueda de la superficie perfecta, de una simetría y una exquisitez que la vida real no posee. La piel de las modelos en las revistas no tiene poros, los jugadores de los videogames nunca se deprimen, etcétera. Parafraseando a Hitchcock, la ficción es la vida sin los momentos aburridos. O lo que es lo mismo, sin todas las incomodidades, caídas de ritmo, tropiezos, escupidas y defectos que pautan la realidad. (Atención: estas caídas también pueden ser programadas por el algoritmo).
Sería interesante hablar de las causas de esta pulsión por lo exterior, de esta huida ante el ¿vacío? interior.
Por último, es interesante ver que en el cuento de Bustos Domecq se establece, por boca del presidente del club, la fecha del último partido analógico que se jugó en Argentina:
"El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman".
Hasta en ese detalle Borges y Bioy fueron exquisitos; fue en ese mismo año, 1937, donde nació, en medio de una reunión para redactar un folleto publicitario, el germen de su autor ficticio. La lógica de la publicidad fue su marca de origen. Por eso, si Bustos hubiera sido más despierto, no lo habrían sorprendido las palabras oraculares del presidente del Abasto Juniors:
"-Convénzase Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos."
ADENDA
Esse est percipi
por Honorio Bustos Domecq
Viejo turista de la zona Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista.
Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia Panorámica del Periodismo Nacional, obra llena de méritos en la que se afanaba su secretaria.
Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, a cuya sede, sita en el Edificio Amianto, de Avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostraba se aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratule lo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención oportuna de Zarlenga y Parodi, convirtiera el centro-half Renovales, tras aquel pase histórico de Musante.
Sensible a mi adhesión al Once de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:
-Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres.
-¿Alias? -pregunté, gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante?
¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición? La respuesta me aflojó todos los miembros.
-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en ídolos? ¿Dónde ha vivido,
don Domecq?
En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.
- ¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? -exclamé-. ¿El animador de la
sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Éstos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás?
-Que espere -ordenó el señor Savastano.
-¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? -
aduje con sincera abnegación.
-Ni se le ocurra -contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase.
Tanto da...
Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:
-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente lo sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.
Junté fuerzas para aventurar la pregunta:
-¿Debo deducir que el score se digita?
Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.
-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.
-Señor, ¿quién inventó la cosa? -atiné a preguntar.
-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.
-¿Y la conquista del espacio? -gemí.
-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista.
-Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica
- ¿Entonces en el mundo no pasa nada?
-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.
-¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.
-Qué se va a romper -me tranquilizó.
-Por si acaso seré una tumba -le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.
-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.
Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.
Crónicas de Bustos Domecq (1967) Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casare
PABLO SILVA OLAZÁBAL
Escritor, comunicador, director y conductor del
programa radial "La máquina de pensar"
Imagen de portada: Álvaro Recoba (adhocFOTOS/Javier Calvelo)