CALLE A CALLE MVD (*) “El glorioso montevideano”

Daniel Feldman

Contenido de la edición 22.10.2024

 

De adolescente tenía la idea de Pérez Castellano como un sacerdote de los albores de la revolución, y una calle que, entre viejos almacenes e historias adoquinadas, descendía paso a paso hacia el Mercado del Puerto y la Aduana.

Presbítero y hortelano sean tal vez las dos palabras que, a primera vista, sintetizan el trajinar por la vida de José Manuel Pérez Castellano, nacido en Montevideo el 19 de marzo de 1743. Pero no solo sus oficios religiosos ni sus tareas de horticultor serían las que quedarían marcadas en los registros históricos.

Su abuelo paterno, Felipe Pérez de Sosa, arribó a Montevideo procedente de Canarias con su segunda esposa y tres hijos en la nave Nuestra Señora de la Encina, de la que nos ocupáramos en la primera nota de esta serie.

Su abuelo materno, Juan Alfonso Castellano, también canario, llegó ya en el segundo grupo poblador de la novel ciudad, en 1729.

Fueron sus padres Bartolomé Pérez y Ana María Castellano, y José Manuel integró la primera generación de montevideanos.

Se lo conoce como el primer doctor de la ciudad, pese a que se desconoce el título y lugar de obtención. Se ordenó como sacerdote, y tampoco de esto se sabe lugar y fecha, aunque se presume fuera coincidente con la expulsión de los jesuitas de Hispanoamérica, en 1767.

Se afirma también que fue el introductor de la ciencia en la ciudad, precediendo a Dámaso Antonio Larrañaga y a Teodoro Miguel Vilardebó. Dicen que su ciencia era más derivada de la práctica que de la academia, y se fue gestando a partir del cultivo racional y operativo del suelo.

Coetáneo de importantísimos sucesos en el devenir revolucionario de estas tierras, siempre fue fiel a Fernando VII y totalmente autonomista respecto a Buenos Aires, al punto en que se dio por suspendido en su facultad de celebrar, predicar y confesar, cuando en ocasión de su nombramiento para la Junta Gubernativa de Montevideo, en 1808, negara obediencia al obispo de allende el Plata, sede del virreinato. Junta que terminó rompiendo la unidad virreinal y rechazando la obediencia al virrey Liniers, de quien hablamos en anterior nota.

Pérez Castellano tuvo una destacada actuación política (no olvidemos que ya fungió de presbítero y hortelano), y ya iniciado el proceso revolucionario en esta banda del Uruguay, si bien su estado físico no le permitió participar del congreso de Tres Cruces, convocado por Artigas en 1813, sí lo hizo unos meses después en el de la capilla del extinto Francisco Antonio Maciel, de quien también hemos hablando en esta serie. Cuarenta años antes, Pérez Castellano había adquirido una chacra en los aledaños de Montevideo, en el Paso de las Duranas, sobre el arroyo Miguelete, donde también se ubicaba la tierra de Maciel.

En 1812 ya se había retirado definitivamente a esta morada, dedicándose a experimentar con árboles, frutos y hortalizas.

Fue en 1813 que el Gobierno Económico de la Provincia Oriental, sapiente de su experticia, le pidió que redactara una obra, cosa que hizo en apenas siete meses bajo el título "Observaciones sobre agricultura". Si bien, como decimos, fueron siete los meses en que tardó nuestro personaje en escribirla, debieron transcurrir treinta y cinco años para que el gobierno de Manuel Oribe implementara su publicación.

"[...] yo no escribo para los advertidos que se lo hallan todo en su casa, sino para los ignorantes que no todo lo advierten", había afirmado en el momento de encarar la obra.

Hombre lúcido y consciente de sus limitaciones (fallecería el 04/09/1815), testó en 1814 legando sus "Observaciones", libros y casa de la ciudad con sus rentas a la Biblioteca Pública que mandó instituir, que sería inaugurada por Larrañaga.

Este, luego del fallecimiento de su amigo, propuso la creación de la que sería Biblioteca Nacional. Pronunció la oración inaugural el 26 de mayo de 1816, en los altos del fuerte de Montevideo, en donde hoy se yergue la plaza Zabala. Estaba compuesta por unos cinco mil volúmenes, la gran mayoría donados por Pérez Castellano.

Fue el propio Artigas -de quien algunos afirman que Pérez Castellano se mantuvo siempre distante- quien apoyó fervientemente la idea y propuso a partir de ahí que el santo y seña de su ejército en Purificación fuera "Sean los orientales tan ilustrados como valientes".

Presbítero, hortelano, político, también gestor cultural, para usar conceptos de esta modernidad líquida en que habitamos.

Nota aparte, el edificio actual de la Biblioteca Nacional, en la avenida 18 de Julio, fue inaugurado oficialmente en 1965, 27 años después de la colocación de la piedra fundamental, tal vez para estar a tono con la habitual lentitud que nos ha caracterizado.

Es dable recordar que en 1787 escribió una "memoria", en forma de carta, a su maestro de latín, Benito Riva (Carta escrita en 1787 a la Italia), y que no era ni más ni menos que un minucioso estudio socioeconómico de la ciudad. Para estar a tono con lo que decíamos precedentemente, recién fue publicado en 1812.

De acuerdo al ensayista y crítico Alberto Zum Felde (1887 - 1976), las dos obras a las que hicimos referencia "carecen en absoluto de cualidades literarias, teniéndolas, únicamente, desde el punto de vista histórico y científico".

Sin embargo, agrega que "el Memorial aludido es, seguramente, lo primero que se escribió en el país, algo extenso y con cierto cariz de ilustración y correcta prosa", razón por la que, además de primer doctor y primer científico, podemos decir que estamos ante el primer hombre de letras uruguayo, o más bien montevideano. De ahí que el sillón número uno de la Academia Nacional de Letras lleve el nombre de Pérez Castellano.

En la vereda de enfrente del análisis literario precedente se para Carlos Jones Gaje, miembro de la Academia Nacional de Letras.

"Para entender debidamente la Carta y valorar sus méritos literarios, es preciso tener presente que Pérez Castellano fue alumno de los jesuitas desde las primeras letras hasta el doctorado y que cursó sus estudios superiores en un centro especialmente prestigioso, como lo era la Universidad jesuítica de Córdoba", señala.

Jones Gaje agrega que este no es un dato menor, "puesto que de él se desprende que Pérez Castellano debió haber modelado su estilo de acuerdo con los preceptos de la 'Ratio studiorum Societatis Iesu', que regulaba la formación literario-humanística de la época y aun por largo tiempo después".

Por su parte, Vicente Cicalese -eximio latinista y experto en temas de la Compañía de Jesús- no duda en llamarla "opus princeps" y "obra maestra en su género".

Hoy, Pérez Castellano, reconvertida en peatonal desde Mercado Chico, ahí, pegadita a la también peatonal Sarandí, va bajando hasta desembocar en el puerto, frente a la Aduana, albergando numerosos boliches y al que hoy definiría como decadente Mercado del Puerto, que supo ver tiempos mejores.

Los turistas que arriban en la temporada de cruceros hacen el camino inverso, deteniéndose aquí y acullá para obtener alguna instantánea que, vaya a saber, los transporte a otros tiempos de la ciudad, y en general desconociendo los méritos de este hombre enancando entre dos siglos: presbítero, doctor, horticultor, político, literato... "el glorioso montevideano", según lo definiera el profesor Juan E. Pivel Devoto.

 

DANIEL FELDMAN

Director de CONTRATAPA

 

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2024-10-22T17:19:00