CALLE A CALLE MVD (*) ¿A qué olía Montevideo?
Daniel Feldman
Contenido de la edición 14.01.2025
Los olores son parte indisoluble de las ciudades y sus cotidianidades. Hoy, en pleno siglo XXI, nos espantamos ante ciertos "aromas", pero, ¿a qué olía Montevideo en los inicios de Uruguay como Estado independiente?
¿Quién se apiadó de Sebastián Ansaldi? No, no lo busquen en el nomenclátor, no hay una calle en su homenaje, pero sí una crónica de le década de 1830 que nos cuenta que el dueño de una pulpería de la calle Sarandí fue citado por la policía "por haber derramado una escupidera de inmundicias por una ventana de alto y haber caído encima" de nuestro caminante (en "Olores y sensibilidad olfativa en Montevideo, 1829-1851, Alfredo Alpini). Y no se supo más de Ansaldi.
"Los pantanos, las basuras, las canteras con depósitos de aguas que con sus exhalaciones infestan la atmósfera. Véase el lodazal frente a lo de Estrada, bastante por sí a infestar aquel vecindario (...) véase esos estanques de aguas inmundas a derecha e izquierda de los portones o calles nuevas", se quejaba un lector de El Nacional, en abril de 1836.
En una nota anterior hacíamos referencia al origen de la denominación de la calle "Primero de Mayo", de 1829, cuando el Gobierno Provisorio y la Asamblea General Constituyente y Legislativa del Estado Oriental hicieron su entrada solemne en nuestra ciudad, marchando por el Camino Real (hoy avenida del Libertador), junto con el ejército patrio. Decíamos que no resultaba fácil imaginar la unción patriótica expresada por las escasas nueve mil almas que habitaban por entonces estos pagos, engalanadas para la ocasión, pero sometidas a "los efluvios que despedían los animales, los humanos -vivos y muertos-, los desperdicios de sus habitantes y sus excrementos -también humanos y animales-", según el autor citado más arriba.
Sin embargo, los montevideanos convivían con la pestilencia, y fue unas décadas después del inicio de la patria que la sensibilidad olfativa comenzó a mudar, especialmente desde los sectores más acomodados de la sociedad.
Pero no era fácil, de todas maneras, andar esquivando lodazales apestosos, que de solo pensarlos nos dan por tierra con cualquier imagen romántica de tiempos pretéritos.
Montevideo olía feo.
"La presencia de aguas residuales cargadas de heces en la vía pública era permanente, dificultaba la circulación y generaba problemas de convivencia", nos cuenta Danilo Ríos en su obra "Agua potable: historia y sensibilidad" (2018).
Juan José de Arteaga Gómez nació en esta ciudad el 19 de marzo de 1820, y fue el fundador y propietario de la primera empresa de saneamiento de Montevideo, llamada sin ningún eufemismo "Empresa Caños Maestros".
Este emprendedor del siglo XIX propuso a la autoridad instalar cañerías en la vía pública para evacuar las aguas residuales domésticas y las aguas pluviales, que hasta entonces eran transportadas por esclavos hasta el río de la Plata.
Fue así que el 31 de octubre de 1854 se firma el contrato con el gobierno de Venancio Flores. Por este acuerdo se autoriza a la empresa de Arteaga a construir la red cloacal de la ciudad, y Montevideo se convierte en la primera ciudad de Sudamérica en contar con este servicio.
Es así que la hoy conocida como "red Arteaga" comienza a construirse en 1856, y sigue creciendo hasta 1913, casi tres décadas después del fallecimiento de su propulsor. Justamente en 1913 la empresa fue expropiada y pasó a la órbita municipal a partir de 1918.
"Una calle, un colector", fue el lema que definió Arteaga como principio general de construcción, y la red actualmente llega a cubrir 211 quilómetros en más de 1.150 hectáreas.
Hoy, a casi 170 años del inicio de la obra para una ciudad de 34.000 habitantes, la red continúa en funcionamiento.
En 1852, cuando Arteaga presentó su iniciativa, Londres hacía solo cuatro años que tenía saneamiento; a Nueva York le faltaban cinco y a Buenos Aires dieciocho.
Hace casi un siglo, en nuestro país, además de la capital solo Salto, Paysandú, Mercedes, San José, Treinta y Tres, Rocha y Florida contaban con el servicio.
La calle Juan José Arteaga es una plácida vía en el barrio Atahualpa, casi casi cayéndose al Prado en su final. Sus aromas, en una tarde estival, están muy alejados de los que inspiraron al homenajeado para la creación de la red cloacal.
Detenido en la esquina de la quinta del filósofo Vaz Ferreira, casi se puede sentir el traqueteo del tranvía de la línea 20, inaugurada en 1908 y operada hasta 1933 por la empresa La Transatlántica, que unía la Aduana con la plaza Atahualpa, en Florencio Escardó y Cubo del Norte.
Entre el follaje de la quinta se puede intentar adivinar los devaneos filosóficos que se producían al interior del hoy museo, pero, para mi asombro, ya desde afuera pude ver cómo se trastocaban todos mis preceptos cuando un muro me espetó que uno más uno es tres, dando por el piso con todo mi arsenal lógico matemático.
Pensé en Arteaga, en su envidiable emprendedurismo y en la hermosa calle que lo recuerda, por la cual de seguro caminaría con satisfacción.
DANIEL FELDMAN
Director de CONTRATAPA
(*) CALLE A CALLE MVD pretende acercarnos al por qué de los nombres de las vías públicas de la ciudad... y tal vez a otros desvaríos