Después de todo, no pasa nada

Alejandro Vásquez Escalona

Contenido de la edición 05.10.2024

 

Si amanecía o era de noche. Si soplaba viento sobre hojas secas a lo largo del camino. Si viajaba solitario ensimismado. O entusiasta y acompañado, siempre sucedía. Aunque fuese de refilón, ojeaba aquel grafiti sobre la pared blanca, trazos finos rojo y negros, mostraba un rostro que curioseaba entre el mándala de autos desplazándose fluidamente, porque sí. El grafismo en la pared le hacía acordarse cuando ella lo esperaba unas cuadras después.  Similar a un espectro, llenaba su auto de olor a sal marina y brisa con aroma a incienso de sándalo. Después, todo era una celebración entre bruma azulmorada.

Hoy más adelante, al este de la vía, alguien, seguramente sacudía una alfombra sucia sobre la baranda de un balcón. Empolvaba la calle. Era el hogar donde habitó la mujer que me esperaba cerca del grafiti con su risa larga. De celaje casi intangible, onírico. Aunque ya la mujer no estaba, con frecuencia sentía deseos de llegar hasta este lugar, tal vez para deshabitar memorias. Para saber qué sucedía, o sencillamente mirar la vivienda. Para degollar pasados inconclusos. Quizás para cerciorarse que aún vivía aquel eucalipto que parecía aplaudir con sus ramas algo inmerecido. Postergaba. Postergaba. ´Le llamaré mañana, hoy se me hizo tarde, que manera tan cobarde...´, se consolaba. Pensaba en la canción de Joaquín Sabina. 

Mirar atrás sonaba como eco engripado. Como lluvia leve sobre techo de anime. Era enero, febrero, marzo, abril. Tiempo. Y la ola de cabellos líquidos negrísimo, derramado sobre unas mantas en una cama insurrecta era solamente un suspiro.

Diciembre es ruidoso y melancólico. La rutina se convierte en vago deambular. Una especie de aliento de un sol negro puede agujerear el entusiasmo que mantiene tridente en manos un escarceo con la melancolía. La vasija triste del corazón, se exprime en sueños filosamente agradables. En un auditorio un público borroso como fotografía en blanco y negro con movimiento sugerido, posiblemente esperaba un acto académico convencional. También se podía especular que ocurriría un concierto de rock. Un desfile de modas. Gente sentada en butacas tristes. La espera no era tediosa. Sucedía como si flotara. Él estaba en la parte alta del auditorio, al final de la escalerita que llevaba al escenario. De pie, en mirada impresionistamente angular, veía el espacio. Su mirada era aséptica. Si alguien le hubiese preguntado qué hacia allí, su respuesta se mostraría como un silencio ajado. A lo mejor respondería, no ves que es un sueño.

Estaba desnudo. Era una sensación de sensualidad. La mujer que vivió en la casa del balcón, subió la escalera. Ella también andaba sin vestimenta alguna. Sus senos no eran firmes. Caían sobre su torso. Dos lunares oscuros redondeaban sus pezones. No era una chica hermosa, pero su inmanencia corporal seducía, su cercanía de calidez.  Estaban frente al público. Ella lo besó profunda y descaradamente. Se liaron en un abrazo, entraron a la parte trasera del estrado por una puerta cubierta por una cortina polvorienta. Se supone, se siente, que luego todo era oscuridad. Lenguas que humedecen arideces. Manos que cubren pieles. Palabras surfeando en pasiones. Una aurora boreal.  No se supo si hubo concierto o desfile o negrura de toga y birretes. No se supo.

De regreso no se ve el grafiti rojo y negro. Tampoco las hojas de marihuana pintadas en la pared frontal que parecen ser miradas también por el rostro que ojea los autos en el viaje de ida a la casa de los sermones, a la Universidad. Puede ser lunes o jueves. Es casi mediodía. Los rayos del sol se entretejen en el ramaje de los árboles. No hay prisa. Ahora es menos cobarde. La lluvia sobre el anime ha cesado. Un cruce a la izquierda en el camino. Y su auto embiste hacia el este. El vapor del agua foguea en el asfalto. Gira a la izquierda nuevamente. Se detiene frente a la casa.  Baja el vidrio oscurecido por el papel ahumado de su vehículo. Todavía está el balcón. Aun el eucalipto aplaude suavemente, ahora es más torpe en medio de la ausencia.

 

ALEJANDRO VÁSQUEZ ESCALONA

(Venezuela, 1956). Fotógrafo, escritor, videoasta. Profesor de la

Escuela de Comunicación Social de La Universidad del Zulia (1987/2016).

Docente invitado a Aquelarre - Escuela de Fotografía. Montevideo (Uruguay-2021)

acuantola@gmail.com

 

Imagen de portada: Alejandro Vásquez Escalona

Foto personal: Ivett García


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2024-10-05T19:24:00