El arte del olvido: análisis de “1964”, de Jorge Luis Borges

Juan Manuel Romero

Contenido de la edición 20.10.2024

 

En 1964, Jorge Luis Borges publicó "El otro, el mismo", un poemario que reúne algunos de los mejores versos del aclamado escritor argentino. En esta obra, omite su habitual inclinación hacia la prosa de ficción y se adentra en poemas escritos a lo largo de diferentes momentos de su vida, evocando una cercanía que envuelve al lector desde el primer instante.

El título del poemario sugiere una contraposición paradójica: el otro visto como uno mismo y uno mismo visto como el otro. Esta dualidad es frecuente en la literatura de Borges, y las aparentes contradicciones son señales de una profunda seducción del escritor por el concepto del yo y el misterio de la naturaleza humana. Existe una fuertísima tentativa de abordar el concepto, casi desde una perspectiva filosófica, de la subjetividad. Es inevitable, cuando nos referimos a la poesía de Borges, adentrarnos en terrenos ciertamente metafísicos. De hecho, Jorge Luis Borges a menudo se refiere a su yo escritor en segunda persona, como se puede observar en "Borges y yo".

Así, se presenta "1964", un poema estructurado en dos partes, compuesto por catorce versos endecasílabos sin separación de estrofas. Se trata de dos sonetos que son espejos del poemario y del concepto que envuelve al mismo. El primer soneto parece ser escrito por "El otro", mientras que el segundo por "El mismo". Aunque el yo lírico se manifiesta en diferentes tiempos, alternando entre la segunda y la primera persona -jugando con el concepto del poemario- ambos sonetos comparten una estructura rítmica con rima consonante en el esquema ABBA CDDC EFF EGG.

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.

Ya no compartirás la clara luna

ni los lentos jardines. Ya no hay una

luna que no sea espejo del pasado.

En el inicio del poema, el yo lírico discurre sobre la pérdida y el sentimiento de vacío que esta puede producir. A través de un hipérbaton, "Ya no es mágico el mundo", que inmediatamente capta la atención del lector y con la anáfora "Ya no", el lector advierte y visualiza la idea de un mundo que ya no es el mismo de antes, de una magia -que aún desconocemos- que ya no está presente y su condena parece ser la experiencia de haberla vivido. La clara luna es el inicio de un escenario amargo y un juego conceptual que se irá desarrollando posteriormente en el poema. Nuevamente nos traslada a ese mundo mágico, donde todo se observa con claridad y la belleza predomina fuertemente.

La genial prosopopeya "Los lentos jardines" transmite inmediatamente un escenario visual; caminar junto a alguien y, de la misma forma que el tiempo parece detenerse o ir más despacio, los jardines -elemento poético recurrente que nos envuelve en un ambiente perfumado, bello, elegante- también parecen enlentecerse.

Cuando Borges afirma que Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado nos choca aún más fuertemente la idea de un mundo que ya ha perdido su magia y su encanto, y que, además, se ha vuelto repetitivo y agobiante.

Esto vuelve a reiterarse cuando menciona "cristal de soledad, sol de agonías", lo cual nos envuelve en un ambiente nostálgico y agónico. La nostalgia en este caso predomina sobre la melancolía, ya que existe un fuerte sentimiento de añoranza por el pasado. La tristeza que parecen sugerir los versos tienen un fundamento, y el autor puede explicar precisamente dicho sentimiento. No existe, prácticamente en ningún momento, un sentimiento de ambigüedad.

Hoy solo tienes la fiel memoria y los desiertos días.

La memoria es, en esencia, la que nos acompaña (virtuosa o dañada) hasta el fin de nuestros días. No obstante, no es necesariamente motivo de encanto, pues puede hacernos caer rápidamente en la realidad y mostrarnos su extraña y peligrosa relación con el tiempo. Los desiertos días, aquellos desolados paisajes, donde no hay viento ni tiempo, se enlazan de cierta manera con el peor sentimiento posible: la indiferencia, y la trivialidad que supone continuar una vida que ya no parece tener magia.

Nadie pierde (repites vanamente) sino

lo que no tiene y no ha tenido

nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.

Un símbolo, una rosa, te desgarra.

Y te puede matar una guitarra.

La primera idea me recuerda mucho a una canción de Joaquín Sabina, en la que el músico español menciona "No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió". Está inscripto en la esencia humana, casi como una pesadilla, el afán de sujetarse a aquella ficción que nos envenena, y que lentamente pierde su condición y se vuelve realidad. Nos acecha a menudo una oscura ficción, un sol de agonías.

La idea del olvido como un arte se debe a la práctica y el aprendizaje que este conlleva invariablemente, de la misma manera que el arte.

Aprender a olvidar parece ser un deber que le corresponde más al tiempo que a nosotros, ya que tarde o temprano nos vemos obligados a hacerlo, casi como si el tiempo nos determinara a hacerlo. Pero, ¿y si el tiempo también está determinado? Quizás evaluamos como un enemigo a quien en realidad es un aliado en un agónico mundo sin salida, en un cerrado laberinto.

Finalmente, se produce una aliteración (desgarra/guitarra) que justamente pretende producir ese efecto emocional del desgarramiento, de la pérdida, del dolor.

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.

Hay tantas otras cosas en el mundo:

un instante cualquiera es más profundo

y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una

oscura maravilla nos acecha,

la muerte, ese otro mar, esa otra flecha

que nos libra del sol y de la luna y del amor.

Inmediatamente el tono del poema cambia en el segundo soneto. El yo lírico cambia a primera persona e inmediatamente adopta una postura de resignación. En comparación con la primera parte resulta casi optimista. En efecto, existe un desdoblamiento del yo lírico.

Borges realiza una analogía "un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar" que señala cierto soplo de aire fresco en su inexorable destino hacia el fin, hacia el fin del tiempo.

Se producen una serie de antítesis (vida corta/horas largas, oscura maravilla) que podrían incluso tener la intención de mostrar la contradicción que produce pensar en el tiempo y en nuestra memoria. La muerte, liberadora del sol y de la luna, es la amarga solución que Borges le encuentra a su dilema con la memoria; en la muerte no hay tiempo y por tanto no hay memoria, no hay olvido, pero tampoco hay alegrías; no hay lunas, pero tampoco hay soles.

También liberadora del amor, concepto central para el autor, aventura que comienza en aquellos lentos jardines y culmina en ese otro mar, esa otra flecha. El amor como encanto y desencanto, como motor y también sepultador de nuestros días. El amor como rosa, pero también como espina.

Solo me queda el goce de estar triste,

esa vana costumbre que me inclina

al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Nuevamente hay una contradicción a través de una antítesis (goce/triste).

No obstante, ¿no sería acaso más contradictorio si no hubiese contradicción naturalmente?

El tiempo, la muerte y el amor son contradictorios, por momentos entibiados por el sol y por otros totalmente enfriados por la luna.

La vana costumbre de resignarnos a nuestro destino, nos sumergirá en nuestro invariable camino. Pero solo caminando, persiguiendo aquel horizonte inalcanzable, logramos transitar nuestro sendero y vivir, en nuestro propio Sur, en nuestra propia esquina, donde el tiempo y la memoria le pertenecen más al amor que al olvido.

 

JUAN MANUEL ROMERO

Estudiante. Ajedrecista.

 

Imagen: archivo


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2024-10-20T18:45:00