El pensamiento orwelliano en la vida y la literatura de América Latina
Alejandro Carreño T.
Contenido de la edición 01.06.2022
La clásica novela de George Orwell Rebelión en la granja (1945), 1984 (1949) y su ensayo La libertad de prensa no dejan de sorprender por su odiosa vigencia en nuestra desaguisada América Latina.
En el primer párrafo del ensayo, que sería el prólogo de Rebelión en la granja, leemos: "Este libro (Rebelión en la granja) fue pensado hace bastante tiempo. Su idea central data de 1937, pero su redacción no quedó terminada hasta finales de 1943. En la época en que se escribió, era obvio que encontraría grandes dificultades para editarse (a pesar de que la escasez de libros existentes garantizaba que cualquier volumen impreso se vendería) y, efectivamente, el libro fue rechazado por cuatro editores". Una suerte de azaroso destino ha marcado en el mapa del sur del mundo, su cruz de lágrimas y desatinos políticos y sociales que la han sumido en sangrientas dictaduras desde su aparición en la historia. Una generosa bitácora de dictadores desde México a Chile ha pintarrajeado el mapa de sangre, tortura y muerte. La libertad ha sido encarcelada y el pensamiento mutilado, en cuanto la verdad disfrazada de mentiras se escribe en manuales para la ideologización de la sociedad. Desde el mexicano José Fernández de Lizardi, periodista y novelista, autor de El Periquillo Sarniento (sobre esta novela pueden ver en Notas de Literatura de mi Canal de Youtube De Carreño a Los Libros, el programa "El Periquillo Sarniento": la primera novela hispanoamericana" del 30 de agosto de 2021), hasta nuestros días, periodistas y escritores han sido sistemáticamente censurados y encarcelados por las diferentes dictaduras a lo largo de estos dos siglos.
En el último párrafo del mencionado ensayo, leemos: "Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír". Lo vivió en carne propia el primer novelista del continente con su Periquillo Sarniento. Cuando solicitó la autorización para publicar el cuarto volumen, recibió como respuesta esta determinación: "No siendo necesaria la impresión de este papel; archívese el original y hágase saber al autor, que no ha lugar la impresión que solicita" (sugiero la lectura de mi columna publicada en CONTRATAPA el 15 de agosto de 2021: "Fernández de Lizardi: censura y cárcel entre El Periquillo Sarniento y el Pensador Mexicano"). En el periódico El Pensador Mejicano, fundado el 9 de octubre de 1812, criticaba las injusticias del virreinato, lo que era castigado con cárcel. Si para un criollo común y corriente no era fácil vivir bajo la tiranía española, menos lo era para un intelectual que abominaba dicha tiranía y la censuraba. De suerte que, desde sus orígenes independentistas América Latina ha sabido de la censura, de la tortura y de la muerte del pensamiento libre. Orwell nos recuerda en su ensayo que el único editor que se había atrevido a publicar Rebelión en la Granja, desistió por medio de una carta: "Me refiero a la reacción que he observado en un importante funcionario del Ministerio de Información con respecto a Rebelión en la granja. Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos [...]". Cualquier escrito "dará mucho que pensar" cuando la libertad ha sido encadenada y no tenemos "el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír".
Es la realidad que en nada difiere de la ficción. El Señor Presidente, la novela más famosa del Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, vivió los avatares del mexicano Fernández de Lizardi y su Periquillo Sarniento. La novela comienza a escribirse en 1922 y concluye su escritura en París el año 1933, cuando termina el ciclo del dictador Estrada Cabrera. Sin embargo, la novela recién se publica en 1946 en México, en una edición pagada por el propio autor, pues las editoriales se negaban a publicarla por razones de seguridad. Giuseppe Bellini, en su libro La narrativa de Miguel Ángel Asturias, editado por Losada en 1969, p. 37, señala que en toda la novela "la existencia toma el aspecto de una inmensa cárcel". Como en la realidad. El propio Asturias sostiene que el sucesor de Estrada Cabrera, Jorge Ubico Castañeda, otro dictador sanguinario que estuvo en el poder desde 1931 a 1944, así lo determinó porque su predecesor era mi señor presidente, lo que representaba un peligro para él también, puesto que Estrada Cabrera pasó los últimos tres o cuatro años de su vida en una celda, según cuenta el propio autor al crítico literario Luis Harss (Los Nuestros, Editorial Sudamericana, 1971). Las palabras finales del editor que se niega a publicar Rebelión en la granja, reproducen el miedo que genera cualquier publicación que pueda provocar a los rusos: "Y otra cosa: sería menos ofensiva si la casta dominante que aparece en la fábula no fuera la de los cerdos. Creo que la elección de estos animales puede ser ofensiva y de modo especial para quienes sean un poco susceptibles, como es el caso de los rusos". Los rusos eran el centro de admiración no solo de la política inglesa, sino también de la intelectualidad, como un tiempo lo fue Fidel Castro respecto de muchos intelectuales latinoamericanos que veían en él (y ven todavía) un modelo de liderazgo de liberación de los pueblos.
Literatura y política han marchado tomadas de la mano a través de la historia, en un osmótico caminar por el desgarramiento social e intelectual del hombre latinoamericano. Desde los orígenes continentales con El Periquillo Sarniento nada ha cambiado, salvo los hombres y sus obras. El recurso del método (Siglo XXI Editores, 1974), de Alejo Carpentier, una de las novelas clásicas del llamado subgénero narrativo en América Latina, la novela del dictador, es un ejemplo ilustrativo de las dictaduras que proliferan a partir de 1954 con Alfredo Stroessner en Paraguay hasta 1976 cuando asume en Argentina la Junta Militar presidida por Jorge Rafael Videla. El personaje central es el Primer Magistrado, que no tiene nombre para ser todos los nombres del terror, y que gobierna un país de este rincón del planeta que tampoco tiene nombre para ser también todos los países caídos en las garras de la dictadura: "Una mañana, la noticia corrió de boca a oídos: [...], el especialista de asuntos latinoamericanos del New York Times [...], hablaba de represiones policiales y de torturas, aclaraba el misterio de ciertas desapariciones, denunciaba asesinatos que aún se desconocían aquí, recordando que el Primer Magistrado [...] llevaba cerca de veinte años en el Poder" (p. 217). La novela se publica en medio de la avalancha de dictaduras sembradas de muertos. En Brasil los militares se apoderan del poder en 1964. Siete años más tarde, en 1971, Hugo Banzer lo hace en Bolivia luego de una seguidilla de golpes de Estado. Dos años después, aparece con Juan María Bordaberry Arocena la dictadura en Uruguay, que se prolongará hasta 1985. Aquí nace la nefasta Operación Cóndor que venía gestándose de mucho antes y que termina por abrazar y abrasar con sus tentáculos siniestros gran parte de América Latina. Chile se hunde en el infierno también en 1973, con Augusto Pinochet Ugarte.
Refiriéndose a la libertad de opinión de los ingleses respecto de las críticas al sistema soviético, Orwell se pregunta: "¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión, por impopular que sea?" A la que los ingleses dirán que sí, pero, continúa Orwell, "¿qué os parece si atacamos a Stalin? ¿Tenemos derecho a ser oídos?" La respuesta, dice el novelista, será naturalmente "No". Al Primer Magistrado tampoco le agradan las críticas negativas y su primer impulso es prohibir la entrada del New York Times al país: "Habría que prohibir la entrada del periódico en el país" (p. 217). Más aún, lamenta haber firmado el decreto que autorizaba la enseñanza del inglés en los colegios: "En mala hora firmé el Decreto instituyendo el estudio del inglés en los colegios" (p. 218). El Primer Magistrado es la figura demoniaca, símbolo de ayer y de hoy de los dictadores latinoamericanos, y nos recuerda las palabras del único editor que tuvo la intención de publicar Rebelión en la granja: "Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos [...]". Opinión de un "importante funcionario del Ministerio de Información". Porque en la literatura de este subgénero narrativo como en la realidad política que la hermana, la obediencia al sistema totalitario representado en la imagen del dictador, debe ser una entrega de cuerpo y alma, tal como se encuentran escritos en la novela 1984 los principios soberanos de obediencia al Partido, el Gran Hermano: "La guerra es la paz; La libertad es la esclavitud; Y La ignorancia es la fuerza".
El Capítulo XXIII, "El Parte al Señor Presidente" de una de las novelas más representativas del género, El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, es un tratado antológico de la esclavización de un pueblo a los designios de este dios del infierno pero terrenal que es el dictador, representado ahora por este hombre vestido de negro que gobierna la vida y la muerte de las personas. Son dieciséis partes dirigidos al señor Presidente, desde denuncias de opositores al régimen hasta solicitud de permiso para salir del país. Nada escapa a su omnipresente control. Hasta de los prostíbulos le informan sobre sus enemigos: "Adelaida Peñal, pupila del prostíbulo El Dulce Encanto", le escribe que "el mayor Modesto Farfán le afirmó, en estado de ebriedad, que el general Canales era el único general de verdad que él había conocido en el Ejército [...]" (Parte 14). Tampoco falta un matrimonio dedicado a él: "Tomás Javelí participa su efectuado enlace con la señorita Arquelina Suárez, acto que dedicó al Señor Presidente de la República" (Parte 16). Curiosamente, por esas cosas misteriosas de la vida, la fecha que cierra el capítulo es 28 de abril, mismo día en que escribo esta columna-ensayo.
El señor Presidente es un relato delirante de secuencias narrativas en las que su figura, que nunca vemos pero sentimos, exuda el temor crónico en que viven los personajes, desde los más cercanos hasta el último pobre diablo como el infeliz Pelele. El mismo temor con que el tirano de carne y hueso somete a su pueblo: "En este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa, eso que quede claro", declaraba el chileno Augusto Pinochet Ugarte. Cada pueblo latinoamericano vive el dolor que le propina el dictador que lo somete a su arbitrio. En este sentido, como muy bien lo afirma Ángel Rama en su libro Los dictadores latinoamericanos (Fondo de Cultura Económica, 1976), "América Latina es una y múltiple, acechada por formas semejantes, padeciendo sufrimientos similares, pero viéndolos dentro de culturas regionales específicas, claramente delimitadas". Y continúa la cita: "En ellas, hasta la denominación del tirano varía: tenemos dictadores, patriarcas, caudillos, conductores, déspotas, generalísimos y hasta "Supremos". Y Primer Magistrado, como se le llama en El recurso del método.
Dictadores, tiranos o como se les quiera llamar a quienes ultrajan la vida de los hombres, lo cierto es que un sino maligno pareciera habitar en las entrañas de nuestra geografía, que se multiplica como Hidra, la mitológica serpiente a la que le crecían dos cabezas cuando se le cortaba una, pues aparecen una y otra vez desgarrando la vida y la conciencia de los hombres. Como en Yo el Supremo (1974), del paraguayo Augusto Roa Bastos una de las obras cumbres de este subgénero literario en América Latina, que entre ficción y realidad reconstruye en una narración insólita, hecha de retazos de variadas fuentes, estilos y formatos literarios, la larga dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia entre 1816 y 1840. Ángel Rama, en su citada obra, página 21, se refiere a la novela de Roa Bastos como "este inclasificable libro (historia, novela, ensayo sociológico, filosofía moral, biografía novelada, panfleto revolucionario, documento justificativo, poema en prosa, confesión autobiográfica, debate sobre los límites de la literatura, cuestionamiento del sistema verbal)". El Paraguay entero cabe en el Yo Supremo, o si se prefiere, el Yo Supremo es el Paraguay de ayer que quiere eternizarse en una dictadura suprema: "Del mismo modo el Poder Absoluto está hecho de pequeños poderes. Puedo por medio de otros lo que esos otros no pueden hacer por sí mismos. Puedo decir a otros lo que no puedo decirme a mí. Los demás son lentes a través de los cuales leemos en nuestras propias mentes. El Supremo es aquel que lo es por su propia naturaleza. Nunca nos recuerda a otros, salvo a la imagen del Estado, de la Nación, del pueblo, de la Patria" (Yo el Supremo, Editorial El Lector, Paraguay, 2003, p. 74).
Ese "Poder Absoluto" que suele eternizarse en nuestra geografía, como las dictaduras de Stroessner, Somoza, Castro, Pinochet y Trujillo, tal vez la más sangrienta del continente. Rafael Leónidas Trujillo es el "Chivo" de la novela La fiesta del Chivo (2000), del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, novela que toma su nombre del merengue dominicano "Mataron al Chivo", que habla del asesinato del dictador el 30 de mayo de 1961. "Poder Absoluto" que el Capítulo XVIII ilustra en sus diversos pasajes, la bestial figura de Trujilo. La humillación al general José René Román Fernández, jefe de las Fuerzas Armadas, por quien siente un profundo desprecio, y al que abandona en el lodazal de barro y excrementos, es apenas uno de los diversos momentos descritos de esta bestialidad: "Román se puso en cuclillas [...], no vaciló en ensuciarse las manos palpando el tubo del desagüe en busca del forado [...] / --Pobre de ti si queda algún rastro de lo que estoy viendo y oliendo, cuando vuelva por acá. ¡Soldadito de mierda!". Capítulo XVIII que termina con el asesinato del dictador. En 1984, Winston Smith, personaje que sufrirá los rigores del poder que emana de este "Poder Absoluto" que representa el Gran Hermano, la metáfora de la tiranía del sistema totalitario descrito por Orwell, lee el cartelón a la entrada del edificio donde trabaja: EL GRAN HERMANO TE VIGILA. "Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que esté". Son los ojos del vigilar y castigar que confunde las palabras lealtad y traición y talla en la conciencia social las palabras temor y delación, haciendo que unos animales sean efectivamente más iguales que otros, como en Rebelión en la granja.
En todos los regímenes totalitarios subyace el pensamiento orwelliano desarrollado en su obra, y que culmina con EL GRAN HERMANO TE VIGILA. El vigilar y castigar que torna inútil la ley, que degrada el comportamiento humano y convierte el sistema en el único pensamiento válido, que no debe ser cuestionado bajo ningún pretexto jurídico o moral. Como los perros, verdugos del cerdo Napoleón de Rebelión en la granja, le aseguran al dictador su vigilar y castigar, así también los tiranos de carne y hueso, Napoleones de sus pueblos, se rodean de sus propios perros-verdugos para silenciar el pensamiento por la razón o la fuerza: "Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos" (La Libertad de prensa).
América Latina en su literatura y en su vida ha vivido largos periodos en que el peso de todas las noches cayó sobre ella, silenciando el pensamiento y confundiendo libertad con lealtad. Predicar doctrinas totalitarias, nos enseñó Orwell en Libertad de prensa, "lleva a los pueblos libres a confundir lo que es peligroso y lo que no lo es". Y así ha sido desde Fernández de Lizardi hasta nuestros días.
Pero en cuanto los pueblos comprendan que el pensamiento no se encarcela, no se tortura ni se mata, las esperanzas de un mundo mejor, en libertad, subyacerá siempre en los espíritus nobles de nuestro continente latinoamericano.
ALEJANDRO CARREÑO T.
Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,
doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile)
Imagen de portada: 1984