Ella leía
Alejandro Vásquez Escalona
Contenido de la edición 05.01.2025
Miro por la ventana. Siento el suspiro del día. La tarde carraspea. Anuncia su presencia. El sol comienza a meterse en una hamaca colgada en los extremos de la raya del horizonte.
No le preocupa en absoluto que alguien le levante el vestido a la luna.
Un tinte rojiamarillento embadurna el lago. Un barco negro con una franja roja, brama frente a unas luces recién nacidas de un complejo industrial petroquímico. Seguramente impregna las aguas cercanas con sus aromas de ultramar. Un pájaro insiste en hacer su nido en el alero de mi casa. La otra ¿pájara?, lo perturba para que desista de su intensión alocada de convertirlos en una familia de aves urbanas.
No postergo más, escribir cuatro vocales entretejidas con una vasija de consonantes. Revuelvo fragmentos de memoria, relatos sucedidos. Engarzo aquel relato de un profesor que llevaba textos literarios a su clase de fotografía en la universidad. En los intersticios de la cátedra, leía impunemente. Disfrutaba. De manera arbitraria, hacía que alguien del curso leyera también. Después sabría que la lectura inmediata la haría la muchacha de miel, olorosa a neblina, a fogón, a noche de jueves. Ella agujereaba el silencio con el libro entre sus dedos, sobre las piernas, posiblemente entontecido por el aletear cálido que salía del vestido. Tal vez leía algo sobre unos gallos que se despedazaban en un palenque en México, o algo similar de un autor que suspiraba por ser Piel Roja.
Alicia en el país de las fotografías
En literatura era neófita como una bandada de perdices en el asfalto efervescente de la ciudad. Allí nacía su entusiasmo. Su emoción al leer. La voz de la muchacha se oía como lluvia sobre tejado de zinc. Como runruneo del viento entre los alcornoques de la sabana. Y uno espejeándose en sus ojos que solamente tenían enfoque para el libro que leía. Al tintinear el último sonido con lo narrado, levantaba su rostro. Buscaba aprobación. Sentir que nos había seducido. Su cabello ensortijado y rojizo retozaba con el aletear del ventilador que se desgajaba del techo. Suspirábamos. Luego, todo terminaba. Venían otras lunas. Otros soles que se recostaban al hilo del horizonte. Otros barcos andantes. Otras petroquímicas con luces. Otros pájaros zurciendo cobijos bordeline.
Una mañana pálida, llegó a la universidad la muchacha del nido de alambres sensuales en su boca. La lectora en las clases de fotografía. Esparció afectos a todos los inquilinos de aquella oficina con semblanza de anime. Contó ligeramente sus andares en otros territorios. Intercambió teléfonos y se marchó. La oficina se sintió grandota y con ojeras. Canallamente insípida. En su rastro, sentimos las cabalgatas cálidas de lecturas idas, porque eran eso, un tropel de erotismo. Un palabreo danzando sobre ansias de poseernos colectivamente. Por ese flashazo del pasado, deseamos abruptamente, atravesar puentes sobre riachuelos perezosos de llegar al mar, correr sobre asfalto paralelo a montes pluriverdosos, detrás del humo de los escapes de otros vehículos. Olvidarnos de los bachacos que trizaban hierba en la orilla de la carretera. Embestir las cuestas, azuzados por el gorgojeo espurio de los grillos. Todo eso, para llegar a los solares de la chica que nos leía cuentos. Para alcanzar la estatura de sus labios. Y entre sonidos de cuentos enmontañados y vinos, tragar fragmentos húmedos de pasión. Y después del tsunami escuchar nuevamente la lluvia sobre el tejado de zinc.
ALEJANDRO VÁSQUEZ ESCALONA
(Venezuela, 1956). Fotógrafo, escritor, videoasta. Profesor de la
Escuela de Comunicación Social de La Universidad del Zulia (1987/2016).
Docente invitado a Aquelarre - Escuela de Fotografía. Montevideo (Uruguay-2021)
Imagen de portada: Alejandro Vásquez Escalona
Foto personal: Ivett García