La crisis de la transgresión
Juan Manuel Romero
Contenido de la edición 05.09.2024
La lógica del escorpión, el nuevo disco de Charly García que verá la luz el próximo 11 de septiembre, está cada vez más cerca de convertirse en una realidad.
Más allá de un simple artículo informativo sobre este lanzamiento, me propongo explorar la figura de Charly García, cuya trayectoria ha estado marcada por múltiples controversias, y compararla con la realidad contemporánea. Atendiendo desde el primer momento a una pregunta inevitable: ¿Qué está sucediendo?
Naturalmente, al evocar a Charly García como símbolo y emblema artístico -y, en particular, como pilar de la vanguardia del rock latinoamericano- inmediatamente lo asociamos con una figura que encarna lo disruptivo y lo transgresor.
La tentativa sobre la que se rige este artículo es explorar cómo se ha desdibujado la noción de "transgresión" en el arte, especialmente en la música.
En el panorama contemporáneo, tanto en el ámbito musical y artístico como en el del pensamiento, el surgimiento de un nuevo disco de Charly García no solo resulta valioso -como cualquiera de sus discos- sino sumamente enriquecedor y constructivo.
La transgresión, podríamos decir, se nutre de múltiples elementos: la rebeldía, el desafío a lo instituido, la ideología que subyace en su trasfondo, la acción u obra catalogada como "transgresora" y el espacio o medio artístico donde dicha transgresión se expresa.
No obstante, en estos tiempos hemos dejado en el olvido dos pilares fundamentales de la verdadera transgresión, que le son inherentes: la belleza y el fundamento.
Nos encontramos inmersos en una triste realidad donde la falta de fundamento en el arte se ha vuelto la norma, y lo más alarmante es que se ha olvidado que el arte mismo es el fundamento.
Este panorama refleja la carencia de narrativas en nuestros tiempos, tal como lo describe Byung Chul Han en La crisis de la narración, obra que he tomado como referencia para este artículo.
En la era del smartphone y las redes sociales, se ha dado prioridad a lo emotivo, lo violento y los discursos de odio, relegando así al arte, a las narrativas y, de cierto modo, a la cultura misma.
La transgresión genera narrativas; por eso, muchas de las acciones transgresoras han calado hondo en la cultura nacional o regional que nos rodea.
Esas acciones, que han tejido narrativas e inspirado a generaciones a desafiar lo establecido, llevan consigo una carga estética e ideológica que naturalmente se impone sobre la banalidad artística que, lamentablemente, predomina en este siglo.
La realidad, en términos más concretos, nos muestra canciones que promueven el consumo excesivo de drogas, el machismo, el odio, el sexismo, entre otros. Se escudan bajo una errónea interpretación de la libertad de expresión -cuando ataca la de los demás, deja de ser tal-, y en una constante apelación a la emotividad. Desde una mirada un tanto pesimista, creo concluir que, si en nuestros tiempos el odio es transgresor, es porque la gente aún no ha aprendido a vivir rodeada de amor.
Por otro lado, lo laborioso ha sido desplazado, y la calidad artística de las obras transgresoras actuales parece brillar cada vez más por su ausencia.
No podemos eludir mencionar al público joven, que ha sido el principal afectado por este deterioro artístico. Es cada vez más común ver acciones que los jóvenes consideran transgresoras -como el episodio ocurrido en el Nuevo Centro hace unos meses-, pero que, en el fondo, se sostienen bajo la idea de "ser rebelde por ser rebelde, a cualquier costo".
Tal vez, en estos tiempos, lo verdaderamente transgresor sea ser lo opuesto a lo que la moda y el mercado etiquetan como "transgresor". Lo más transgresor en nuestros tiempos, es quedarnos quietos y reflexionar. Porque como siempre ha ocurrido, no hay nada más transgresor que la reflexión y el pensamiento.
Como alguna vez dijo Luis Alberto Spinetta (también partícipe del disco de García), el arte y el comercio transitan por sendas completamente distintas. En el caso de lo transgresor, esta idea parece mantenerse intacta.
Tomar a Charly García como un ícono de transgresión puede ser un ejercicio complejo, debido a la controversia que su figura ha generado tanto en el ámbito artístico como personal. Desde aquel lejano álbum Vida de Sui Generis, donde García ofrecía una perspectiva distinta del arte en el contexto del naciente rock argentino, hasta las múltiples referencias a la dictadura, Charly ha formado narrativas que han quedado grabadas en el inconsciente colectivo. Hoy, al contrastarlo con el panorama actual, estos fenómenos parecen haber desaparecido.
En medio de esta apatía general hacia el arte y el uso de la misma para el enriquecimiento de la cultura, la obra de Charly García emerge como un soplo de aire fresco en una sociedad ahogada por la banalidad. En un mundo donde, desde hace tiempo, la mejor forma de correr parece ser quedarse quieto.
JUAN MANUEL ROMERO
Estudiante. Ajedrecista.