Libertad

Cristina Lampariello

Contenido de la edición 23.04.2025

 

El jueves 20 de marzo se presentó el libro "Historias descabelladas", un trabajo compuesto por cuarenta relatos, donde "mujeres pertenecientes a diferentes generaciones nos traen recuerdos, nos asombran, nos emocionan", al decir de la compiladora Cristina Lampariello.

A continuación, el relato que forma parte del libro de la propia compiladora (y la foto que lo acompaña).

Libertad

Cristina (1967)

Entre borrosos recuerdos aparecen los cepillos como dispositivos que me causaban dolor, y el forcejeo para destrabar los nudos que mi cabello insistía en armar cada día. Aceptaba en forma sumisa la tortura diaria antes de ir a la escuela, que terminaba con unos broches de carey que llamábamos «cucarachas» que atrapaban la cola del pelo con una gomita que se enganchaba de lado a lado. Podía ser una cola o podían ser dos colitas; si era una, podía ser cola alta o cola baja.

La aparición de la pediculosis en las escuelas ocasionó cortes de pelo, chequeos periódicos y tratamientos con remedios de olor desagradable y deschavante. Me acuerdo del Aprurol, que era un líquido blanco al que había que dejar actuar por algunas horas, con la cabeza envuelta en una toalla, para después enjuagar y convivir con los rastros de su olor penetrante. Pero lo más terrible era la revisación: me sentaban en una silla y me colocaban una sábana blanca en la espalda por debajo del pelo.  Si había algún invasor, caía con el pasaje del peine fino. También caían muchos cabellos quebrados, rotos, malheridos en acción. Mis rulos resistían y algunas veces, pocas, ganaban alguna batalla torciendo o quebrando algún diente del peine fino.

Pasaron los años. No recuerdo cuándo exactamente, pero sí recuerdo que fue un día de verano en la playa. Salí del mar y no me peinaron. Mi cabello se secó en libertad y naturalmente se formaron los rulos. Comprobé que no siempre era necesario peinarlo y que, una vez seco, era digno de respeto para decir NO al cepillo y, algunas veces, NO a los broches.

Poco a poco mi cabello pudo tener libre expresión y desde entonces nos amigamos y disfruto de su libertad, mi libertad.

Hace más de cuarenta años que llevo el pelo suelto. Nada de broches, vinchas, cucarachas ni gomitas. Lo peino mientras me ducho, con mis dedos o con un peine de dientes anchos y separados luego de haber colocado una crema suavizante. El peinado se ha tornado casi que en una caricia, en un juego de desenredar una maraña de pelos entreverados para que después ellos vuelvan a buscar sus curvas y a enrularse libremente. Y yo lo celebro.

 

Imagen de portada: Cristina Lampariello


Archivo
2025-04-23T13:48:00