Magnicidios fallidos en Uruguay
Alejandro Giménez Rodríguez
Contenido de la edición 01.08.2024
El reciente intento de asesinato sufrido por el exmandatario y actual candidato presidencial estadounidense Donald Trump lleva al recuerdo de circunstancias similares en nuestro país.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, magnicidio es la "muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder". En historia se utiliza para presidentes, reyes o gobernantes de una república o reino, en ejercicio del poder. En Uruguay hubo un solo magnicidio, que fue el del presidente Juan Idiarte Borda el 25 de agosto de 1897, y dos de exmandatarios, como el de Bernardo Berro y Venancio Flores, ambos el 19 de febrero de 1868.
Y en nuestro país, en cuatro casos los magnicidios no alcanzaron el resultado esperado; dos en el siglo XIX y dos en el XX.
La explosión que no se produjo contra Venancio Flores
Desde febrero de 1865 Flores ocupaba el poder como gobernador provisorio, cargo que ostentaría por tres años, dada la situación de confrontación civil que vivía la nación. Si bien fue un período de desarrollo del país llamado "la primera modernización", el caudillo colorado tenía muchos enemigos fuera y dentro de su partido.
El antiguo Fuerte de Gobierno colonial era la sede del Poder Ejecutivo, en donde hoy está la Plaza Zabala. El 30 de junio de 1867 la policía encuentra un túnel desde una casa vecina, que terminaba en dos barriles de pólvora, justo debajo del despacho del gobernante.
Si bien se descubrió que el pasaje subterráneo había sido hecho por dos ingenieros alemanes, Pablo y Luis Neumayer (primos entre sí), detrás del acto estaba otro caudillo colorado, el temible Gregorio Suárez, conocido como Goyo Jeta o Goyo Sangre, conservador y rival político de Flores, contra el que no se hallaron pruebas.
Los Neumayer fueron preso. Pese a que declararon haber sido contratados, estuvieron cinco años presos y luego condenados al destierro perpetuo. Siete meses después del fallido intento, Flores fue asesinado en plena calle, en un crimen nunca aclarado, cuatro días luego de dejar el poder, el mismo día que Bernardo Berro.
Una noche en la ópera casi matan a Santos
Aquella noche del 17 de agosto de 1886 el presidente Máximo Santos asistía con su esposa Teresa Mascaró y su hija Teresita, al Teatro Cibils, ubicado en Ituzaingó entre Cerrito y Piedras, para ver la ópera "La Gioconda", del compositor italiano Almicare Ponchielli (1876), interpretada por la soprano italiana Eva Tetrazzini, a quien se vinculaba sentimentalmente con el gobernante.
Al ingresar al teatro lo interceptó Gregorio Ortiz, un joven de 24 años ahijado suyo y exteniente del ejército, quien le disparó en el rostro, desgarrando una mejilla. Lo salvó el hecho de que moviera su cabeza y su boca para saludar a Tulio Freire, colaborador suyo, creador de la banda presidencial. Los rastros de sangre aún pueden verse en el vestido de su hija, que se exhibe en el Museo de la Casa de Gobierno.
Máximo Santos es atendido por el Dr. Isabelino Bosch luego del atentado contra su vida aquella noche de agosto de 1886 en el Teatro Cibils
Mientras que el gobernante era llevado a su casa de 18 de Julio y Cuareim, hoy sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, para ser atendido, Ortiz se vio acorralado por la guardia presidencial, por lo que se suicidó de un balazo en la sien en Treinta y Tres y Cerrito.
En la ciudad se rumoreaba la muerte de Santos, mientras eran detenidos como sospechosos algunos de sus opositores políticos desde la prensa, como José Batlle y Ordóñez y Juan Campisteguy, futuros primeros mandatarios, que le atribuían querer perpetuarse en el poder.
Santos pidió paralizar las investigaciones, lo que no contribuyó a saber quién estaba detrás de este intento de magnicidio. Su rostro quedó lacerado de por vida, debiendo colocar un pañuelo para que no saliera por allí lo que ingería. En noviembre de ese año '86 Santos renunció al gobierno por problemas de salud y murió en mayo de 1889 en Buenos Aires, a los 42 años.
La explosión que no logró asesinar a Batlle y familia
El domingo 6 de agosto de 1904 el presidente José Batlle y Ordóñez paseaba en un carruaje con su esposa Matilde Pacheco y sus hijos Ana Amalia y Lorenzo, y al llegar a la esquina de Camino Goes (hoy Gral. Flores) y Larrañaga, actual Luis A. de Herrera, un estruendo levantó una nube de tierra haciendo volar los rieles del tranvía. Un artefacto había explotado unos segundos antes, lo que salvó la vida de los tripulantes del coche, conducido por Ángel Martinelli. El país vivía días de la guerra civil contra los blancos liderados por Aparicio Saravia, mientras el gobernante estaba en el segundo año de su primer mandato, que se extendió hasta marzo de 1907.
Desde una casa de enfrente, en Goes 266, un grupo de anarquistas italianos comandados por Luis di Trappani, había colocado una mina de 37 cartuchos de dinamita. Pero como autor intelectual fue condenado Osvaldo Cervetti, que estuvo cuatro años en prisión y luego fue absuelto. Los acusados Di Trappani, Calderone y Di Ruggia fueron desterrados, manifestando no tener intención de matar al presidente, sino de intimidarlo con unos pocos explosivos, que habrían sido detonados antes de que el carruaje pasara por allí. Otra versión niega que la dinamita haya explotado y que el pozo lo habrían hecho los bomberos buscando la mina. Historia y relato suelen confundirse y entremezclarse, como en este caso, quizás queriendo quitar trascendencia al hecho.
El ataque al dictador Terra en el Hipódromo de Maroñas
En marzo de 1933 Gabriel Terra, que había sido electo dos años antes por el lema Partido Colorado, se había transformado en dictador. Al año siguiente alargó su mandato mediante una reforma constitucional y en 1935 combatió con éxito el levantamiento opositor de Paso del Morlán (Colonia), que denunciaba limitaciones a la libertad de prensa y acusaba al presidente de simpatías con el nazifascismo que se afirmaba en Europa. Uno de sus socios en la región era el mandatario brasileño Getulio Vargas, también gobernante de facto.
Vargas llegó al país en junio de 1935 y el 2 de ese mes ambos presidentes asistieron al Hipódromo de Maroñas. Alguien se acercó con un arma, pero el caño del revolver fue corrido a tiempo, por lo que la bala rozó la cabeza de Terra y atravesó su hombro, pero sin dejar consecuencias. Tenía chaleco antibala. Mientras se recuperaba, una manifestación espontánea a su favor se producía en el centro de Montevideo.
El último presidente cuya vida se vio amenazada por un atentado fue Gabriel Terra, en el Hipódromo de Maroñas en junio de 1935
El fallido matador fue el doctor Bernardo García, un nacionalista que había adherido a Lorenzo Carnelli, aquel que dejó ese partido y votó fuera del lema, impidiendo el triunfo electoral de Herrera en 1926. Fue detenido, al igual que otros opositores al gobierno, al tiempo que otros eran deportados y era clausurada la prensa opositora. García, en su primera declaración ante la Policía mencionó a Luis Batlle y a Tomás Berreta, dos más tarde presidentes, pero luego ante la Justicia dijo que "actuó sin coautores y sin cómplices". Luis Batlle admitió haberse reunido con García en su exilio en Buenos Aires y luego tildó lo hecho por ese dirigente como "un acto de valor".
Domingo Arena, padre del reformismo social del batllismo, escribió alguna vez: "Si es lícita la guerra contra los tiranos, lo es igualmente el atentado (...) "sustituir una muerte por miles de muertos y derramar una gota de sangre en lugar de un río", encendiendo la polémica acerca de cuándo es justificable el crimen político, si en alguna circunstancia lo es.
A casi noventa años del último intento de magnicidio en el Uruguay, el tema da para seguir discutiendo.
ALEJANDRO GIMÉNEZ RODRÍGUEZ
Historiador, docente, comunicador,
asesor en la Dirección Nacional de Cultura del MEC
Imagen de portada: recrea el momento de la explosión que intentó hacer volar el carruaje en el que viajaba Batlle y Ordóñez y parte de su familia