Velazqueños, de Mario Barité, una tríada de cuadros, versos y canciones
Lilián Hirigoyen
Palabras en la presentación del libro "Velazqueños", de Mario Barité, el 5 de octubre de 2023 en la Biblioteca Nacional
Contenido de la edición 12.10.2023
Es un gusto estar en la Biblioteca Nacional presentando una obra compleja, multifacética y físicamente hermosa.
Aproximarse a ella es un asunto arduo y por varias razones. Me gustaría explicar los motivos.
Grosso modo, Velazqueños es un libro donde cada texto acompaña una imagen de un cuadro de Velázquez. Incluye además un pendrive con la musicalización de esos poemas que resultan ser exclusivamente sonetos. Las reglas para estas composiciones poéticas son muy estrictas. Se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos (estrofas de cuatro versos) y dos tercetos (estrofas de tres versos) donde la rima es importante y, a su vez, debe ceñirse a normas específicas donde se determina también qué verso debe rimar con cuál. Los versos deben ser endecasílabos (de once sílabas) o alejandrinos (de catorce sílabas).
Cada poema, según estos preceptos, debe tener una introducción en el primer cuarteto, un desarrollo en el siguiente y una reflexión y una resolución en los dos tercetos. Por todo esto y con estas reglas tan rígidas, resulta ser que la forma predomina sobre el contenido, independientemente de que el contenido sea sólido y profundo, como en este caso.
Como contexto y si hacemos un poco de historia, en el siglo XV se registra el primer intento documentado de adaptar el soneto a la lengua castellana con la obra "Cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo" de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Pero el soneto nació como tal en Sicilia en el siglo XIII, y según Dante Alighieri, gracias a uno de los escritores más representativos de la Escuela Poética Siciliana: Giacomo da Lentini -un notario-, y al que Dante se refiere precisamente como "Il Notario" en el canto XXIV del Purgatorio de la Divina Comedia (también nombra a Guittone d´Arezzo, introductor de la Escuela Poética Siciliana en la Toscana)
La Escuela Poética Siciliana fue uno de los primeros movimientos estéticos de la literatura italiana. Su particularidad era que sus integrantes imitaban la poesía trovadoresca provenzal. En conclusión, el soneto surge, entonces, a partir de uno de sus adeptos, Giacomo da Lentini, que adaptó la lírica del trovador a la estructura rígida de esa composición poética.
Y esa palabra, soneto, es deudora del provenzal sonet, siendo este un diminutivo de son (canción, canto), palabra que a su vez procede del latín sonus (sonido, tono, ritmo e inflexión de la voz, sonoridad).
Canciones sin atril, Trovas de amor y rebeldía (sabiendo que trova es poesía con música o canciones con letra poética) y ahora, Velazqueños, los tres libros editados del mismo autor llevan todos la música en el cuerpo. Los dos primeros, explícitamente en el nombre y Velazqueños en un pendrive y, por supuesto, en los sonetos, porque, ¿qué más rítmico que los sonetos?
Martin Heidegger, el polémico filósofo alemán del siglo XX, sostenía que "todo gran poeta poetiza desde un único poema". Barité poetiza desde su música interior y resulta ser esta su hilo conductor, su "único poema". Es a partir fundamentalmente de la rima y el ritmo, de donde surge su literatura.
El soneto, de una exigencia extrema, es el medio que Barité usa para desplegar su ritmo y su universo lírico. Pero no nos lo hace fácil, porque así como la forma define al soneto, Mario nos encierra en un triángulo perfecto: imagen, palabra y sonido y así él también define cómo debe ser la aproximación a su obra. Permítanme el neologismo: "sonetiza" nuestra conexión con el libro, porque quedamos atrapados en esa tríada brillante que son los cuadros, los versos y las canciones del pendrive. Poco queda librado a la imaginación del lector si estamos cercados en todos los frentes.
Así como Virgilio guió a Dante en su recorrido por gran parte de la Divina Comedia, de alguna manera, Barité nos guía a través de las quince cuadros de Velázquez y del círculo de cada pintura desmenuza al personaje.
De las más de 120 obras pintadas por el artista, eligió quince, que tienen que ver con el periplo humano: el clero, la nobleza, los trabajadores, la cristiandad, la mitología, las bajezas del poder, las miserias de los desposeídos, la vanidad, lo fatuo etc.
El soneto, exigente, elegante, complejo en su forma, es su tributo al admirado pintor; no en balde la primera imagen elegida, y por ende el primer texto, es "Cristo crucificado". Cristos -término griego que significa ungido- proviene de la antigua costumbre de untar con aceite a una persona a quien se le otorgaba el ejercicio de una dignidad especial. Se ungía al rey teocrático, al sumo sacerdote, al profeta, al patriarca, todos mediadores entre Dios y la humanidad.
Este Cristo que también es un mediador y lo hace entre el libro que recién se abre y quien lo lee, será el primero de la trinidad que conforman las pinturas, los poemas y las musicalizaciones, una tríada perfectamente lograda. Tomo entonces lo que decía Tertuliano cuando él se refería al dogma de la trinidad y lo aplico muy libremente a esta trinidad artística tan bien concebida: "los tres proceden de uno, por unidad de substancia".
Sin embargo, no hay que detenerse solo aquí; los poemas absolutamente descriptivos, también toman partido. Juzgan por lo que se observa y deduce, ya sea por lo que se sabe de los personajes retratados o por lo que Barité observa.
Se trasmite la ternura hacia El bufón Juan Calabazas, y cito: "no sé qué conmueve más de ti mismo", o el niño de Vallecas porque es "hijo de este planeta desalmado/ que reclama humor al más desastrado" y también por el enano al decir "la majestad la lleva el perro". Hay una marcada simpatía por el geógrafo y su "pícara alegría"; una cierta admiración por Santo Tomás de Aquino "para rescatar mi luz a tu vera/ para sentirme puro como el viento". Percibimos la compasión por el aguador "Con la magia que tu humildad merece" o por las hilanderas "y al frente las obreras encorvadas", incluso por El bufón llamado Don Juan de Austria en su "invencible abismo de payaso" o por los filósofos de pueblo, campesinos y soldados del cuadro Triunfo de Baco que "ahogan sus dolores en tu fondo sereno".
En la última composición, Las Meninas, en la segunda estrofa hay un homenaje a la osadía del propio Velázquez, por retratarse él mismo. Y aquí es notoria la admiración de Barité: "Dejaste en el espejo a los reyes nebulosos/ terciado te plantaste de cara al escenario/ -gesto ufano de artista, discreto y temerario-,/con el porte de un zar de dominios fabulosos,"
En contrapartida a estas simpatías o ternuras manifiestas, tenemos a los otros personajes, a los que con versos llenos de ironía, despoja de su aparente apostura. Así del dios Marte: "Sobre el manto de sangre derramada/ semeja la parodia del soldado/ que, sin luchar, retorna acobardado" y del papa Inocencio X "La escarlata virtud de su apariencia/ no consigue esconder su fondo oscuro" o del narcicismo de la diosa Venus y su "veleidoso ego que te aluna" o del rey Felipe IV "rey que apoya en lo fatuo su asidero".
Barité desnuda o pretende desnudar las intenciones del pintor y ve con las palabras lo que Velázquez escribe con pinceles. Así consigue que el lector descubra segundas intenciones, sutiles guiñadas, escondidos reproches ocultos tras la penumbra, las luces, las miradas o los gestos de los retratados. Poéticamente, se introduce en el laberinto de los claroscuros y los segundos planos y nos permite encontrar detalles que posiblemente habíamos ignorado o pasado por alto. Cosa nada menor.
Como decíamos antes, los sonetos tienen cientos de años, los han cultivado Dante, Petrarca, Lope de Vega, Góngora, Cervantes, Quevedo, Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, García Lorca, Rafael Alberti, Ruben Darío, Herrera y Reissig, Juana de Ibarbourou entre otros. Si bien algunos de los poetas nombrados han jugado con la forma, no alteraron la estructura esencial. Sí han conservado de este estilo la rica gama de figuras literarias y un lenguaje que suele ser exquisito, florido y, a veces, un tanto afectado, por eso llama la atención en los sonetos Velazqueños la incorporación de palabras tan vigentes como por ejemplo "misoginia" (pág. 21), "proletarias" (pág. 39), "cronopios" (pág. 41), y eso es un logro, porque al introducirlas quita lo que tiene de inasible la estructura poética, muchas veces compleja, y nos trae a la actualidad y al ahora, tanto al mitológico Marte, como a la condición de explotadas de las descalzas hilanderas o la apariencia barroca del Bufón Juan de Austria.
O sea, pinturas y poemas "hacen maridaje", usando una expresión del propio escritor. Y es cierto, tienen una unión íntima y armoniosa. Pero al mismo tiempo, unas y otros brillan por separado y con luz propia porque el vocabulario utilizado, amplio, culto y refinado, a su vez intercalado con palabras de uso corriente -y en esto me refiero específicamente al poeta- permite ese rápido viaje ilusorio de ida y vuelta por el túnel del tiempo.
No me canso de decir que en un libro de poesía hay tantas interpretaciones como lectores, porque siempre tiene que ver con ese nexo profundo que se logra entre lo escrito y el mundo interior de quien lee. La poesía no se explica: se siente, penetra y conecta, no hay otra forma de llegar a ella.
La poesía de Barité es contundente, una flecha que da en el blanco y perfora. Toca las fibras que conectan con le emoción, ya sea la empatía o el rechazo que él tan bien trasmite usando la ironía o la ternura. Actualiza con su vocabulario, una composición poética clásica y de estructura rigurosa, el soneto, que lleva varios siglos de existencia. Nos pasea y nos presenta a su manera los cuadros de Velázquez, uno de los máximos exponentes de la pintura.
El arte, la manifestación más refinada del ser humano, tiene en la poesía un exponente fascinante. No usa el color, ni la forma, ni la música, solo la palabra oral o escrita. No tiene ningún adorno estético más que su significado que se vuelve amplísimo porque se formula y reformula a través de figuras y recursos literarios. Ese resulta ser su único canal comunicante. Barité recorre esos caminos poéticos con la soltura de un experto caminante, se mueve con agilidad para saltar los escollos del soneto, se amolda a la forma rígida sin tropiezos y al igual que Virgilio con Dante, nos muestra los íntimos infiernos y purgatorios que él ve en cada imagen para dejarnos al final azorados ante tanto virtuosismo.
LILIÁN HIRIGOYEN
Escritora, jurado en el área Letras de los Premios Morosoli,
expresidenta de la Casa de los Escritores del Uruguay
Imagen de portada: CONTRATAPA/Daniel Feldman