Vivir la Navidad en la ficción literaria

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 12.12.2024

 

"Para los hijos de J. R. R. Tolkien, el interés y la importancia de Papá Noel iba más allá de la mera recepción de regalos en los calcetines que habían colgado de la chimenea en Nochebuena, pues les escribía una carta todos los años en la que describía mediante palabras y dibujos su casa, a sus amigos y los pormenores, divertidos o preocupantes, de la vida en el Polo Norte". Con estas palabras, el célebre autor de El hobbit y El Señor de los Anillos, comienza la Introducción de su libro Cartas de Papá Noel (Edición: Baillie Tolkien, 1976). Entregamos también una edición en portugués. Durante 20 años el escritor hizo de Papá Noel el escritor que enviaba cartas a sus hijos. Tolkien vive la realidad y la ficción del legendario personaje, y construye a través de las cartas que este singular Papá Noel escribe a sus hijos, un relato maravilloso de sueños y ensueños que se van entrelazando, y en el que el mágico universo que rodea a la Navidad aparece como en un encantamiento en la casa de la familia Tolkien: "A veces los sobres, con restos de nieve en polvo y sellos del Polo, aparecían en el comedor la mañana siguiente de su visita, otras veces los traía el cartero" (Introducción).

Es que la Navidad se vive en nuestra mente, en nuestros actos y acciones.  Se vive en nuestros recuerdos, en nuestras creencias y en nuestro propio sentido de lo humano: "Muy a propósito resulta para Navidad el color encarnado de la capa en que la pequeña Caperucita Roja (el árbol es por sí solo un bosque por el que ella puede caminar con su cesta) viene a contarme en esta Nochebuena la crueldad y la traición del lobo disfrazado que se comió a su abuela, sin calmar con ello su apetito, y que luego se la comió a ella, después de hacer aquel chiste feroz acerca de sus dientes. Caperucita Roja fue mi primer amor. Tenía la convicción de que, si hubiese podido casarme con ella, habría conocido la felicidad perfecta", nos dice el narrador del cuento Un árbol de Navidad, de Charles Dickens. Es que la Navidad tiene la magia de en algún momento sumergirnos en nuestros recuerdos de niños, que viven la ficción de la Navidad con la misma fuerza con que se viven los recuerdos en cada presente que la recordamos a través de nuestra vida. Es la realidad de una Navidad que una vez también fue soñada.  

Tal vez por eso nos duele conocer la verdad que su fantasía esconde. Santa Claus, o el Viejito Pascuero, como lo llamamos en Chile, y los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltazar, que solo desde fines del siglo XV d.C. lo conocemos con su cara negra, pero que aparecen por primera vez en un mosaico de San Apolinar el Nuevo, en Rávena, que data del siglo VI d.C. Así, de repente, como suelen despedazarse los sueños, la realidad de estos personajes míticos queda registrada en nuestros recuerdos para hacernos sentir que un día fuimos niños. Si hay una historia que ilustra con la simplicidad del relato de un niño que es sacudido por la realidad que destroza su fantasía, es "Los Santos Reyes", del mexicano Severino Salazar (Quince Cuentos de Navidad, Universidad Autónoma Metropolitana·Azcapotzalco, México, 2000). Primero, su tío, que les cuenta a él y a sus primos que Santa Claus es un "invento de la Coca-Cola". Y lo describe como un personaje grotesco: "No hay nada espiritual en él como para que se levante de la tierra y desafíe la gravedad. Es más bien digno de lástima. Y tan grotesco como las botellas que anuncia".

Pero luego, cuando se preparan para dormirse, son sus primos mayores los que terminan de despertarlo a la realidad: "Que los que ponían los regalos en los zapatos eran nuestros mismos padres. Saber esa noticia, que curiosamente ni por un momento dudé de su veracidad, me llenó de una tristeza instantánea, que fue como si me hubieran echado un costal de maíz sobre los hombros. Me sentía pesado, como oprimido contra la tierra". Una realidad semejante vive el protagonista del cuento "Una Navidad", de Truman Capote (La Revista N. 165, El Mundo). "Fue Sook quien me habló de Papá Noel, de su barba abundante, su traje rojo y su ruidoso trineo cargado de regalos, y yo la creí, del mismo modo que creía que todo era voluntad de Dios, o del Señor, como siempre le llamó Sook". Capote elabora una historia de dramático realismo familiar, en la que el niño termina descubriendo la verdad que lo lleva a cuestionarse la sinceridad de Sook: "Envueltos en papel púrpura, y rojo y dorado, y azul y blanco, crujían levemente cuando él los movía. Me sentía aturdido, ya que lo que veía me obligaba a reconsiderarlo todo. Si se suponía que estos regalos eran para mí, obviamente no habían sido enviados por el Señor ni repartidos por Papá Noel; no, eran regalos comprados y envueltos por mi padre [...].  El peor pensamiento era: ¿sabía Sook la verdad y me había mentido?".

Es que para los niños tan importante como el regalo simbolizado en un juguete, es el saber que lo trajo Santa Claus como premio por sus buenas acciones. Es la genuina fantasía que yace en su conciencia de un personaje que puebla su imaginación, que recrea su estado de ánimo y lo agita. ¡Cómo no creer en él! Si lo ha visto en la tele colorida, en su carruaje cargado de regalos también coloridos, tirado por renos que no sabe que son renos, pero también son coloridos y alegres. Porque la Navidad es eso: es sueño y fantasía que, a su debido tiempo, la realidad se encarga por cualquier medio, de decirle que ya creció. Que la Navidad es algo más que sueño y fantasía, que es un estado del alma.

Tolkien, el Papá Noel que escribe cartas y mensajes navideños a sus hijos, sabe de estas inquietudes de los más pequeños:

"Hogar de Papá Noel

Polo Norte 22 de diciembre de 1920

Querido John:

Me he enterado de que le has preguntado a tu papá cómo soy y dónde vivo. He hecho un autorretrato y he dibujado mi casa. Guarda bien el dibujo. Ahora mismo me marcho a Oxford con el saco lleno de regalos (algunos para ti). Espero llegar a tiempo: esta noche la nieve es muy espesa en el Polo Norte. Con cariño, Papá Noel".

Otros niños, es cierto, no tuvieron la oportunidad de escribirle a Santa Claus, ni menos que este les escribiera a ellos. Ni siquiera supieron de un juguete. Son los niños de la guerra y de la posguerra, esos que nacieron cuando Europa se despedazaba para comenzar todo de nuevo. Niños como Iren, la niña de Pancevo, en la Belgrado de Tito, que llegó al puerto de Valparaíso el 23 de diciembre de 1953 con su familia de refugiados inmigrantes. El 24 de diciembre, ya en una pieza común de la calle Ejército en Santiago de Chile, encontró para ella un paquetito colorido debajo de un árbol de Navidad: era una alteza. Su relato emociona, porque vuelve a su infancia de niña de la guerra y abraza con ternura su alteza que danza alegre en sus recuerdos. La realidad cabalga al lado de la ficción y suele confundirse con ella cuando la Navidad se apodera de nuestros recuerdos de niñez.

En la literatura como en la realidad, las historias navideñas suelen ser tristes y alegres. Tristeza y alegría se manifiestan con la misma intensidad en el rostro de los niños: "Se queda acurrucado y sin aliento por lo asustado que está, y pronto empieza a sentirse a gusto: súbitamente deja de sentir dolor en sus manitas y piececillos y le parece estar junto a una estufa. El muchacho se estremece: ¡oh!, pero ¡si se había quedado dormido! "¡Qué a gusto se duerme aquí! Estaré aquí un ratito y otra vez iré a ver los muñecos", pensó el niño, y sonrió al recordarlos. "¡Si parecen de verdad...!" Y se imagina que su madre le canta una canción al oído. "¡Mamá, estoy durmiendo! ¡Oh! ¡Qué bien se duerme aquí!" / -¡Vamos a ver mi árbol de Navidad! -le susurra de pronto una voz cariñosa" (Fiódor Dostoyevski, "El niño de la manita"). Es un relato conmovedor que, sin duda, remece hasta el alma del escritor que había prometido "hablar únicamente de historias reales". Y su reflexión y su promesa adquieren el tono ficcional porque se encuentra dentro del relato: "Pero soy un novelista y creo que una de esas "historias" fui yo mismo quien la inventó. Y si he dicho "creo" es porque soy consciente de haberla inventado y, sin embargo, me parece que realmente sucedió en algún lugar, y, para más exactitud, en vísperas de Navidad, en alguna ciudad terriblemente grande, un día que hacía mucho frío".

Dostoyevsky, el personaje de su cuento, no tiene certeza de la veracidad de lo que narra, que tal vez todo "pudo haber ocurrido realmente". Y sobre el Árbol de Navidad, ni él mismo podría decir si lo narrado ocurrió o no. "Pero por algo soy novelista y puedo imaginar". El juego de la ficción y la realidad, el novelista lo proyecta al propio mundo de su conmovedora historia. Es cierto, el novelista, ahora personaje, puede imaginar su historia y contarla como verdadera. El maravilloso cuento de Dostoyesvky, en que la imaginación se confunde con la realidad, trajo a mi memoria un relato navideño de profundo contenido humano, porque despierta el espíritu solidario de los hombres, cristianos o no, aún en plena guerra, cuando el frío y la muerte son las únicas compañías de un viaje que suele ser sin retorno: "On Christmas Eve 1944, during World War II, three American soldiers and four German soldiers came to Elizabeth Vincken's cottage, which she shared with her 12-year-old son Fritz, in the Ardennes Forest near the German-Belgium border. There, she offered food and shelter to the soldiers after they agreed to put their weapons down to share an evening together of good will and peace. The following day, the German soldiers gave the American soldiers a compass and directions back to their front lines. Vincken wrote of this account in a story entitled "Truce In the Forest" (Find a Grave, Frederic Daniel "Fritz" Vincken).

El cuento de Fritz Vincken "Noche de Paz en el bosque de Hürtgen" (Los mensajes más bellos... de Paz, Amor, Fe y Esperanza, Instituto para el Desarrollo Integral del Hombre, Navidad 1999 - Año Nuevo 2000, Edición Anual, presentación de Alberto Briceño), que había sido publicado en una revista americana y presentado en un documental en televisión, atrajo la atención "de la familia de un soldado americano que había luchado en las Árdenas" y que  "se puso en contacto con el canal de TV... su padre llevaba años contando esa historia. En enero de 1996, Fritz se trasladó hasta Maryland para conocer a Ralph Blank. El encuentro fue muy emotivo" (Javier Sanz, "Los protagonistas del cuento de Navidad de la II Guerra Mundial se reunieron 50 años más tarde", Historia de la Historia, siglos XX y XXI, 20 de diciembre de 2013). El 19 de enero de 1996 fue memorable para ambos excombatientes. Ralph Henry Blank le confesó que todavía conservaba el mapa y la brújula que le dio el entonces cabo alemán y "que atesoraba el recuerdo de aquella Nochebuena como la más hermosa de su vida" "La pequeña tregua de Navidad de 1944" (Fernando Prado, El Debate, 24 de diciembre de 2021).

Ralph Blank y Fritz Vincken

Tu madre me salvó la vida - dijo Ralph

El cuento, verdadero documento de un episodio de la historia que, ciertamente, se ha repetido en todas las épocas de la cristiandad, se enriquece con el relato de quienes fueron los actores de ese acontecimiento, que lo narran desde sus recuerdos. La realidad, aquí, se convierte en un hecho mágico que más parece una ficción que una maravillosa transformación de la realidad: "Con la ayuda del estudiante de medicina, que servía de intérprete, el cabo indicó a Jim y a Robin el mejor camino para llegar a las líneas estadounidenses [...]. Alemanes y estadounidenses se estrecharon la mano al despedirse [...]. Me madre me señaló lo que leía deslizando el índice a lo largo de las líneas que dicen: "regresaron a su país por otro camino" ("Noche de Paz en el bosque que Hürtgen"). La madre de Fritz leía un pasaje de la Biblia que habla del "nacimiento de Jesús en Belén y de cómo los magos llegados de Oriente le adoraron y ofrecieron presentes". El mejor presente para estos excombatientes fue su vida y su encuentro cargado de símbolos y fantasías muchas décadas después. "Frederic Daniel Vincken was born on 28 Feb 1932 in Aachen, Federal Republic of Germany, to Hubert and Elisabeth (Pruss) Vincken. He died on 8 Dec 2001. [Soc. Sec. Death Index]" (en el citado texto Find a Grave, Frederic Daniel "Fritz" Vincken).

Es que todas las historias son posibles en Navidad, del mismo modo que el niño aprende el simbolismo que esta ficción legendaria del Viejito Pascuero, y su entorno de fantasías que pueblan su imaginación y más tarde sus recuerdos, se repite año tras año en un ciclo temporal que también es simbólico. La verdad de la realidad se confunde con la verdad de la ficción: "Fui con Sook a la oficina de correos y compré una postal de un penique. Hoy, todavía existe esa postal. Fue encontrada en la caja de caudales de mi padre cuando murió, el año pasado. Esto es lo que le había escrito: "Hola papá espero que estés bien como yo y estoy aprendiendo a pedalear muy rápido en mi avión estaré pronto en el cielo así que mantén los ojos abiertos y sí te quiero Buddy", nos dice Buddy, el niño protagonista de "Una Navidad".

Por eso, dejemos que los niños que un día serán adultos que vivirán de sus recuerdos, sean felices en su mundo soñado en donde todo es posible, antes de que la realidad golpee su alma y su fe, tal como lo dice T.S. Elliot en su poema "El cultivo de los árboles de Navidad" (en Poema de Ariel), que se encuentra en varias páginas de internet, de las que presentamos una edición bilingüe del poema:  "El niño se embelesa ante el Árbol de Navidad: / dejadle conservar ese espíritu de admiración / ante la Fiesta en cuanto evento no aceptado como pretexto; / y el esperado sobrecogimiento ante su aparición [...] / de modo que la reverencia y la alegría / no lleguen a olvidarse en la experiencia posterior, / en el aburrido acostumbramiento, la fatiga, el tedio, / la certeza de la muerte, la conciencia del fracaso".

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Imagen de portada: T. S. Eliot, "El cultivo de los árboles de Navidad"


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2024-12-12T15:49:00